lunes, 25 de marzo de 2024

El nacionalismo católico y la guerra al terrorismo marxista (I)

 


Por FERNANDO ROMERO MORENO

Hace unos días salieron a la venta los dos primeros tomos del libro La verdad los hará libres, dirigida por la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina (UCA), a pedido de la Conferencia Episcopal de nuestro país (CEA).

Este trabajo de investigación es el primero que se publica habiendo utilizado al mismo tiempo el Archivo de la Conferencia Episcopal Argentina y el Archivo corriente de la Santa Sede, incluida la Secretaría de Estado, el Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia y la Nunciatura en la Argentina. El tomo I se titula “La Iglesia Católica y la espiral de violencia de la Argentina entre 1966 y 1983” [1].

Aquí se responsabiliza de modo principal al Nacionalismo Católico y al “integrismo” por la violencia de los años ´70, al haber inspirado supuestamente la metodología de la represión ilegal, relativizando en cambio la gravedad que supusieron la teología progresista y el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM) en relación a la subversión castro-comunista, como la opción por las armas que inculcaron en gran cantidad de jóvenes argentinos, llevándolos a la muerte.

Como explica Jorge Martínez en un reciente artículo publicado en el diario La Prensa, los autores ubican en la corriente “integrista” a “la Ciudad Católica de Jean Ousset y la revista Verbo, a los padres Julio Meinvielle, Alberto Ezcurra y Alfredo Sáenz, a los libros La Iglesia Clandestina de Carlos Sacheri y Fuerzas Armadas: ética y represión de Marcial Castro Castillo (pseudónimo de Edmundo Gelonch Villarino), al Seminario de Paraná, a la revista Mikael, al Vicariato castrense, a los capellanes militares y muy especialmente a los obispos Adolfo Tortolo y Victorio Bonamín” [2].

La realidad, por cierto, es muy distinta, toda vez que el Nacionalismo Católico, además de haber hecho una seria crítica teológica, filosófica, política, jurídica, cultural, económica y financiera del terrorismo marxista, no dudó en señalar también bajo qué condiciones morales era lícito combatirlo, teniendo en cuenta que había que aplicar los principios universales del derecho natural y cristiano acerca de la guerra justa a una “guerra revolucionaria” (muy diferente de la guerra clásica o convencional).

En esta última el enemigo se ubica al margen de las leyes internacionales sobre conflictos armados, no usa uniforme, considera que el fin justifica los medios y se mimetiza con la sociedad civil, formando parte de una compleja estructura clandestina (de tipo celular, piramidal y tabicada). Como veremos, estudiar estas condiciones fue tarea que realizaron los referentes más importantes del Nacionalismo Católico, a diferencia de otras corrientes políticas que actuaron según criterios, al menos de hecho, utilitaristas, superficiales o simplemente cómplices.

Va de suyo que este análisis parte de la premisa de que la Argentina vivió una Guerra Civil de naturaleza revolucionaria, sobre todo entre 1969 y 1979, guerra provocada por organizaciones armadas marxistas-leninistas, fueran o no partidarias de utilizar al Movimiento Nacional Justicialista como “puente” hacia la “Patria Socialista”. Guerra que el Nacionalismo Católico estudió en sus orígenes, en su naturaleza, en su “modus operandi”, en su financiamiento, en sus cómplices y en sus consecuencias.

Recordemos, para contextualizar lo que estamos afirmando, que las organizaciones terroristas que operaron en la Argentina dependían directamente del Departamento América del Partido Comunista Cubano, con el apoyo de la URSS en su primera etapa. Y que, respecto de Montoneros, la Triple A y algunos sectores del autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” existió una cierta convergencia en torno a la logia masónica Propaganda Due, también responsable de esta guerra [3].

PRINCIPIO GENERAL

Veamos ante todo un principio general, tomado precisamente del tradicionalista francés Jean Ousset, fundador de la Ciudad Católica, iniciativa adaptada a nuestra realidad por los referentes de la revista Verbo y por el Instituto de Promoción Social Argentina (IPSA), fundado por Carlos A. Sacheri. Escribió Ousset en su Para que Él reine: “Louis Veulliot [católico francés, tradicionalista y monárquico] supo protestar contra los fusilamientos precipitados [en tiempos de la Commune] y no temió reprochar a los burgueses liberales su excesiva dureza en la revancha”. Y afirmaba: “La justicia prohíbe las ejecuciones secretas... ¡Que el pueblo vea cómo se castiga al criminal, que el mismo criminal se sienta castigado! Entonces puede ser tocado por el arrepentimiento y rescatarle para la eternidad (…) Y que no se vaya más allá de lo necesario. La conciencia pública pedirá cuenta de un solo tiro de fusil que la justicia o el derecho a la legítima defensa no hayan ordenado (...)‘La fraternidad o la muerte’ es y sigue siendo una máxima revolucionaria” [4], no una enseñanza católica.

CARLOS SACHERI

No es extraño entonces que, en la misma línea, Carlos A. Sacheri, anticomunista hecho y derecho, además de mártir en la Guerra contra la subversión, repudiara la metodología criminal de combatir al terrorismo, como la que empleaban algunas organizaciones del denominado peronismo ortodoxo: “Yo recuerdo –decía Fernando de Estrada– que, cuando mataron a Silvio Frondizi, estábamos en una reunión con Sacheri y otras personas, algunas más bien de orientación liberal, que insinuaron aprobar el procedimiento, y recuerdo que Carlos se opuso cortándolos inmediatamente. Dijo que estaba mal. Que así no” [5].

Un repudio similar fue publicado en la revista Cabildo en su número 14 de junio de 1974 ante el asesinato del padre Carlos Mugica: “Todos los argentinos bien nacidos debemos lamentarnos de ésta y de tantas otras inútiles muertes producidas por razones ideológicas o por motivos dialécticos y que parecen haber introducido un nuevo estilo en nuestras prácticas políticas, estilo que vendría a echar por tierra la creencia de que vivimos en una Argentina civilizada” [6].

De modo similar se expidió esta revista ante el asesinato del diputado Ortega Peña, de conocida militancia en el peronismo de izquierda: “En el camino pues de la guerra que están organizando para que la padezca todo el país, las facciones malavenidas del peronismo, fue ametrallado el diputado Ortega Peña en el filo de la medianoche del miércoles 31 y a cuadra y media de una seccional de policía capitalina. Este nuevo crimen que provocó la muerte instantánea de su víctima, conmovió también a la ciudad. Era la primera vez que caía –destinatario ahora de sus propias reglas de juego– una figura principal de la guerrilla ideológica de izquierda. (…) Este desenfreno criminal obedece” a leyes “cruelmente sofisticadas” [7].

La aparición de bandas paramilitares que respondían al terrorismo marxista con idéntica metodología, había sido advertida y juzgada severamente por otro importante pensador y mártir del Nacionalismo Católico, el Prof. Jordán B. Genta. 

En tiempos de Lanusse, cuando ya la guerrilla hacía notar su presencia con asesinatos, secuestros, robos, etc., estando en la provincia de Tucumán, alguien le preguntó: “—¿No piensa Usted, profesor, que debemos organizarnos y armarnos, y atacar a los guerrilleros de la misma manera en que ellos nos atacan, eliminándolos ocultamente para evitar el reproche internacional y la represalia guerrillera de hoy y de mañana?”. La respuesta de Genta fue clara y contundente: “No —dijo— esa manera de actuar es inadmisible. En primer lugar y ante todo, el cristiano debe estar dispuesto a morir, no a matar; dispuesto a morir por la fe, por la patria, por la familia, por el prójimo. Debe estar dispuesto a derramar, como Nuestro Señor Jesucristo, la propia sangre, y no la sangre ajena. En segundo lugar, y si tiene que defenderse y combatir, el cristiano debe hacerlo en la luz y a cara descubierta, y no desde la sombra y con el rostro encapuchado. Además, los que tienen que desplegar la lucha armada son los integrantes de las Fuerzas Armadas de la Nación, quienes deben apresar abiertamente a los guerrilleros, deben juzgarlos públicamente según las leyes de la guerra, deben condenarlos públicamente y, si fuese posible, deben también ejecutarlos públicamente. Actuar clandestinamente es de una ruindad, una vileza y una cobardía impropias de un soldado, de un estadista y de cualquier cristiano; es algo que no se puede hacer si se es discípulo de CristoY en tercer y último lugar, la guerra sucia a los guerrilleros se la van a perdonar y los van a convertir en héroes, a ustedes no. Ustedes, en rigor, no serán perdonados, y serán, en cambio, castigados como criminales” [8]. Una respuesta profética.

La revista Cabildo no se privó tampoco de repudiar la persona y las acciones de López Rega, instigador principal de la “represión ilegal peronista” con la tapa de su número 22 en la que, junto a la foto del “Rasputín” justicialista, se estampó la frase “José López Rega: El Estado soy yo” [9], lo que le valió a Cabildo la clausura por parte del gobierno “democrático, nacional y popular” de Isabel Perón.

DOS ESTUDIOS

Mención aparte merecen dos estudios específicos acerca de cómo aplicar las enseñanzas clásicas de la Iglesia Católica sobre la guerra justa, a la guerra revolucionaria. Los franceses que combatieron contra el comunismo en Argelia hicieron el estudio detallado de esta modalidad y sus diferencias con la guerra convencional, originando la “Doctrina de Guerra Revolucionaria” (DGR) a través de referentes como Lacheroy, Trinquier, Aussaresses, Chateau-Jobert y Bigeard. Sus análisis fueron importantes para entender con qué clase de enemigo se estaba combatiendo, pero no siempre ni en todos los casos sus consejos fueron acordes con la moral cristiana.

Ese estudio, en consecuencia, debieron hacerlo en la Argentina el padre Alberto Ezcurra Uriburu, a pedido de Mons. Tortolo y el Prof. Edmundo Gelonch Villarino, discípulo de Genta, ante las consultas de militares decididos a dar guerra sin cuartel a la subversión marxista pero preocupados por ciertas prácticas que estimaban contrarias a la ley natural y divina.

El padre Ezcurra escribió entre fines de 1974 y principios de 1975 un opúsculo titulado De Bello Gerendo. Muchos años después, en el año 2007, fue publicado como libro bajo el título Moral cristiana y guerra antisubversiva- Enseñanzas de un capellán castrense [10]. El opúsculo está dividido en tres capítulos y un Apéndice: I. Principios generales (Legítima defensa, pena de muerte y guerra justa); II. La Guerra revolucionaria; III. Aspectos morales (Licitud de la Guerra revolucionaria, Respecto de los medios, Insuficiencia de la legislación represiva y Advertencias a los hombres de Iglesia).

El enfoque general respecto de la metodología contrarrevolucionaria puede advertirse en la siguiente cita que Ezcurra tomó de San Ambrosio: “Aún entre enemigos existen derechos y convenciones que deben ser respetados”, y los asuntos más complejos a los que da respuesta (siguiendo a importantes exponentes del derecho natural como del derecho internacional público) son la aplicación o no de las leyes internacionales de derecho positivo a quienes no se sujetan a ellas, la licitud de dar muerte en combate a los guerrilleros, la licitud o no de hacerlo en caso de rendición, la licitud o no de eliminar físicamente a los jefes y responsables (teóricos o militares) de la guerrilla, la licitud o no de las represalias, entre muchas otras. Y deja bien claro que nunca puede ser lícita la ejecución de los rendidos, salvo casos excepcionales y jamás sin juicio sumarísimo.

Como comentaba el Dr. Héctor H. Hernández, biógrafo de Sacheri, al analizar este opúsculo: “Ni se le pudo ocurrir al P. Ezcurra entonces que las Fuerzas Armadas adoptaran (...), como lo hicieron (cuando lo hicieron, lo digo así porque la leyenda oficial miente mucho), el procedimiento criminal de los ‘desaparecidos’ ni ninguna cosa semejante” [11]. Muy por el contrario, nos consta que el mismo Ezcurra debió interceder, aunque sin éxito, ante la desaparición de un conocido suyo, que fue secuestrado por error y asesinado.

GELONCH VILLARINO

En cuanto al libro de Gelonch Villarino (que apareció bajo el pseudónimo de Marcial Castro Castillo), fue escrito antes del 24 de marzo de 1976 y circuló (sin ser publicado) entre miembros de las Fuerzas Armadas, en especial de la Fuerza Aérea Argentina, cuyos oficiales de filiación nacionalista y católica se encargaron de difundir. Recién en 1979 salió a la venta, con algunos pasajes nuevos fruto de consultas de militares en actividad por problemas de conciencia.

Este libro fue elogiado con ocasión de su publicación por las revistas Mikael [12] del Seminario de Paraná y también por la Revista Cabildo [13]. El libro, fundamentado principalmente en las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino, Francisco de Vitoria y el Magisterio de la Iglesia, se explaya en consideraciones muy atinadas sobre los requisitos de la guerra justa, su aplicación a la guerra revolucionaria y temas específicos como la pena de muerte, los bienes del enemigo, la verdad y la mentira, el trato de los inocentes (niños, mujeres, ancianos, etc.) o la tortura como método de interrogación.

Respecto de esto último, Gelonch Villarino la descarta como inmoral respecto de inocentes y sospechosos, y sólo probablemente lícita en relación a los culpables en casos muy excepcionales (no de modo habitual), cuando esté gravísimamente afectado el bien común y no quede otro medio, según el juicio prudencial “ad casum” de la autoridad competente. Con todo, no deja de recordar, a contrario sensu de su opinión (dicha con enorme precaución), que los papas Nicolás I como Pío XII y moralistas ortodoxos, la consideraron en todos los casos como intrínsecamente mala.

Como puede advertirse, un juicio moral que nada tiene que ver con el uso de la tortura tal como se generalizó a partir de la ruptura de Perón con los Montoneros (1973), la acción criminal de López Rega y sus esbirros (1973-1975), el gobierno de María Estela Martínez de Perón (1974-1976) y, luego del 24 de marzo de 1976, el Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983). Una de las tantas coincidencias entre el estudio de Ezcurra y el de Gelonch Villarino es el de la insuficiencia de la legislación positiva vigente entonces y la necesidad de adaptarla al tipo de guerra que se estaba librando. Lamentablemente poco y nada se hizo al respecto.

También la revista Verbo se ocupó de enseñar los fines y los medios moralmente lícitos de combatir a la subversión, como sucedió con la publicación en tres entregas, a lo largo del año 1975, de un artículo titulado “Moral, derecho y guerra revolucionaria”, centrado principalmente en los fines de la pena respecto a los delitos del terrorismo marxista, pero desde las características peculiares de la Guerra Revolucionaria. La argumentación era similar a la que luego esgrimiera Gelonch Villarino, con algunas diferencias de matiz [14]. Y las condiciones como los matices indicados, nada tuvieron que ver con la metodología criminal adoptada o al menos tolerada sucesivamente por los gobiernos de Juan D. Perón, María Estela Martínez de Perón y el último gobierno cívico- militar.

Notas

[1] Galli, Carlos; Durán, Juan; Liberti, Luis; Tavelli, Federico, La verdad los hará libres. La Iglesia Católica en la espiral de violencia en la Argentina 1966-1983, Tomo I, Editorial Planeta, 2023.

[2] Martínez, Jorge, La Iglesia y el drama de los 70 (I), La Prensa, 26/03/2023.

[3] Manfroni, Carlos, Montoneros: Soldados de Massera. La verdad sobre la contraofensiva montonera y la logia que diseñó los 70, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2012; Manfroni, Carlos, Propaganda Due. Historia documentada de la logia masónica que operó en la Argentina sobre políticos, empresarios, guerrilleros y militares, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2016.

[4] Ousset, Jean, Para que Él reine, 3a edición, Dómine Editorial, Buenos Aires, 2011, págs. 417 y 419.

[5] Hernández, Héctor H., Sacheri. Predicar y morir por la Argentina, Vórtice Editorial, Buenos Aires, 2007, pág. 339.

[6] Carlos Mugica, Revista Cabildo, N.º 14, Junio de 1974, pág. 24.

[7] Crónica de Guerra, Revista Cabildo, N.º 16, Agosto de 1974, págs. 5-6.

[8] Juárez Avila, Pablo, Genta; una lección profética, Revista Cabildo, mayo 2004, 3ª época, n° 36.

[9] Revista Cabildo, Nº 22, Febrero de 1975.

[10] Ezcurra, Alberto I., Moral cristiana y Guerra antisubversiva. Enseñanzas de un capellán castrense, Editorial Santiago Apóstol, CABA, 2007.

[11] Hernández, Héctor H., op. cit., pág. 353.

[12] Mikael, Revista del Seminario de Paraná, Año 8, N.º 24, Tercer cuatrimestre de 1984, págs. 171-172.

[13] Revista Cabildo, 2a Época, N.º 39, 1981.

[14] Revista Verbo, N.º 159, Diciembre de 1975.

 

SEGUNDA PARTE

El nacionalismo católico y la guerra al terrorismo marxista (II)

En la parte I de este artículo intentamos refutar la acusación de que fueron el Nacionalismo Católico y el “integrismo” los principales responsables de la violencia en los años ‘70. Es así que, partiendo de unas consideraciones certeras de Jean Ousset, fundador de La Ciudad Católica, expusimos ideas favorables a la Guerra contrarrevolucionaria pero contrarias a la represión ilegal de referentes importantes del Nacionalismo Católico como Carlos A. Sacheri, Jordán B. Genta, el P. Alberto Ezcurra, Edmundo Gelonch Villarino, así como también las revistas Cabildo y Verbo. En esta segunda parte completamos el elenco de pensadores del Nacionalismo Católico que criticaron la metodología criminal de combatir al terrorismo marxista.

Acerca del golpe de Estado de 1976, hubo nacionalistas que se opusieron mientras que otros lo incentivaron, al igual que la mayoría de la dirigencia política, empresarial, mediática, intelectual, etc. de la Argentina. Entre los primeros se encontraba Francisco “Pancho” Bosch, quien había sido interventor en la Facultad de Derecho de la UBA bajo la dirección de Alberto Ottalagano, siendo ministro de Educación Oscar Ivanissevich.

Lo primero que hizo como interventor fue exigir que desaparecieran de esa Facultad las bandas parapoliciales. Luego, junto a otros juristas nacionalistas, propuso reestablecer la Cámara Federal en lo Penal que había actuado con seriedad y eficacia entre 1971 y 1973. Francisco M. Bosch le había expresado al ministro de Justicia Ernesto Corvalán Nanclares que “el asesinato como resolución de un tema político, no sólo es la peor de todas sino que envilece al que la practica” [15]. El ministro le dijo que después de la disolución del “Camarón”, del asesinato del Juez Quiroga y del exilio de sus otros miembros, no había ningún magistrado dispuesto a firmar una sentencia contra los terroristas, dado el riesgo que implicaba. Pasados unos días, “Pancho” Bosch entregó una lista con 200 personas que sí aceptarían ese riesgo pero su propuesta fue rechazada.

ANTICIPO

Producido el golpe de estado del 24 de marzo de 1976, el ex-interventor de la Facultad de Derecho de la UBA publicó un libro titulado Indexación o soberanía (recomendado por la revista Cabildo), en el cual criticaba la represión ilegal y anticipaba lo que sucedería a las Fuerzas Armadas por tomar esa pésima decisión. “El heroísmo segregado de un orden civilizado no es más que crueldad y en última instancia, crueldad envilecedora de los mismos que a diario arriesgan su vida con las mejores intenciones subjetivas (…) Éxito material logrado sin duda por las Fuerzas Armadas, pero que paradójicamente no podrá ser capitalizado por éstas porque indefectiblemente se les pasará factura en la que documentarán los hechos ilícitos que acompañaron el aniquilamiento de la subversión. Ello importará la catastrófica retirada de las Fuerzas Armadas (que no podrán soportar el ‘estado de conciencia’ que los órganos de opinión, hoy llamados a discreto silencio, implementarán en su momento) de la palestra política” [16]. Como dijo con ocasión de su muerte Luis María Bandieri, “bajo Videla [Francisco M. Bosch] y asumiendo un riesgo personal que no dejaron sus oyentes militares de recalcarle, a veces con registro de amenaza, criticó la infeliz decisión de combatir el terrorismo por vías subrepticias y no a la luz de la ley. La reversión histórica que se impone en nuestros días, según la cual los únicos terroristas son hoy los que combatieron a los terroristas de ayer, le ha dado póstuma y lamentablemente la razón” [17].

También se opuso a la represión ilegal, antes del golpe militar, otro conocido militante nacionalista, Enrique Graci Susini, por entonces jefe de la Policía de San Juan (1973-1976). Y un reconocido jurista y pensador del Nacionalismo Católico como lo es el Dr. Bernardino Montejano enseñó conceptos parecidos en una conferencia dictada en Mendoza en 1979 en la que afirmó: “Antes que la victoria sin honra, preferimos la derrota” [18], frase inspirada en los versos de Rafael Sánchez Maza: “A la victoria que no sea clara, caballeresca y generosa, preferimos la derrota”.

Similar actitud tuvieron destacados militares nacionalistas. Comencemos por la postura del entonces Mayor Mohamed Alí Seineldín. Por de pronto estuvo en contra del golpe del 24 de marzo de 1976, a diferencia de otros referentes del Nacionalismo Católico. Pero ante el hecho consumado, se propuso “moralizar la fuerza”, como lo explica minuciosamente su biógrafo el Prof. Sebastián Miranda. El 23 de febrero de 1976 había sido enviado en comisión para entrenar a la Policía Federal Argentina (PFA) en técnicas militares contrarrevolucionarias y anti-subversivas. Cuando el 31 de marzo del mismo año el General de Brigada Cesáreo Ángel Cardozo (asesinado vilmente poco después por el terrorismo marxista) fue nombrado jefe de la PFA, uno de sus objetivos fue terminar con la “guerra sucia” y encarar la represión de manera integral, es decir, desde lo moral, lo doctrinal, lo militar y lo psicológico. Para eso eligió a Seineldín quien escribió entonces un Manual de temas ético espiritual-moral, cuyo punto 12 decía que “La lucha contra la subversión requiere la adhesión de una concepción cristiana del hombre y de la sociedad”.

LIBERALES Y MASONES

Sebastián Miranda explica que “la fundamentación filosófica, religiosa y política era esencialmente católica, antimarxista y antiliberal, lo que le valió la oposición” de “importantes sectores dentro de las propias FF.AA que respondían a la ideología liberal y a la masonería” (basta recordar que militares del “Proceso” como Massera, Suárez Mason, Corti y Barttfeld eran masones de la logia P2 y otros tenían estrechos vínculos con los fundadores de la globalista Comisión Trilateral, como era el caso de José Alfredo Martínez de Hoz, amigo de David Rockefeller). El libro de Seineldín era una síntesis de las enseñanzas de Chateau Jobert (militar francés católico y nacionalista), Jordán B. Genta y Carlos A. Sacheri.

En la misma época Seineldín escribió un Manual Práctico para el personal subalterno, en cuyas páginas pueden leerse textos como el siguiente: “Concretada una detención, no deberá adoptar más medidas de seguridad que las necesarias para evitar la fuga. No deberá mortificar al detenido sin necesidad, ni usará con él un lenguaje que pueda irritarle o humillarle, porque una conducta semejante provocará a no dudar la resistencia del detenido y creará antipatías o sentimientos hostiles. Un policía debe caracterizarse por sus buenos sentimientos. Cualquier actitud agresiva que adopte contra un detenido revelará una prepotencia cobarde y deshonrará a quien, olvidando elementales deberes de cultura y temperancia, se coloque en una situación desfavorable entre la opinión de los demás” [19].

Así comenta esta visión de la guerra antisubversiva un militar que estuvo en relación con Seineldín en aquellos años y también después: “Éramos capitanes por entonces y estábamos entrando en la Escuela Superior de Guerra. Convivimos durante tres años. El coronel Mohamed Alí Seineldín nos llevó a un grupo con él, en la Policía Federal. El general Cardozo le pidió que fuéramos a la policía porque había excesos, falta de honestidad. Nos llevó a varios de nosotros a hacer un curso de formación contrarrevolucionaria. Después se diseñó un cursillo de 7 días, con aislamiento, con alto contenido técnico y formativo especializado para actuar en cuestiones contra la subversión. Eso se sistematiza en la Policía Federal” con “varios cursos. De allí surgió una escuela especial que primero se llamó Centro de Instrucción Contrarrevolucionaria y luego CAEP (algo así como Centro de Actividades Especiales Policiales). Ahí se fue formando una corriente con un alto contenido ideológico antimarxista, pero también con fundamentación política (…). Después empezamos a ver cómo el Proceso se corrompía, y sobre todo, lo de la represión ilegal”. La reacción fue “procurar que la gente no se contaminara o se contaminara lo menos posible. Tratar de resistir. Éramos prácticamente el único grupo que trataba de moralizar la guerra con un éxito relativo, porque terminamos convirtiéndonos en elementos molestos. En donde se pudo, se hizo algo, y eso dio oportunidad a que, dado el ambiente en que se desarrollaron los hechos, se produjeran muchas adhesiones. Un ejemplo: ‘los muertos no aparecían porque si no, no iban a venir los préstamos’, según decían...y otras cosas raras. Nosotros creíamos que las cosas no iban a ser así, y fue cuando comenzamos a sentir la hostilidad de la cúpula militar hacia el sector nacionalista” [20].

GENERALES

En el Ejército los generales nacionalistas Juan Antonio Buasso y Rodolfo Clodomiro Mujica, contrarios a la represión ilegal, se ofrecieron para integrar tribunales militares que juzgaran a los detenidos y, de ser necesario, dictar sentencia condenatoria, haciendo que se aplicara públicamente la pena de muerte a los terroristas. Videla lo recuerda en el libro-reportaje que le hiciera Ceferino Reato [21]. La propuesta fue rechazada y ambos militares pasaron a retiro. Otros nacionalistas vinculados a las Fuerzas Armadas intentaron influir de manera privada (por considerar que era peligroso hacer denuncias públicas que podrían ser utilizadas por la izquierda que ya dirigía una campaña anti-argentina desde el exterior), recordando todos estos criterios morales a las autoridades correspondientes.

En relación a la escasa mención que el Nacionalismo Católico hizo de crímenes concretos cometidos en el marco de la represión ilegal, hay que entender que era una cuestión prudencial. Por un lado, se trataba de la corriente política que con mayor profundidad se había ocupado del fenómeno del terrorismo castro-comunista en la Argentina, algunas de cuyas características (como la aparición y el peligro de un “nacionalismo marxista”) ya habían sido denunciada con muchos años de anticipación por el padre Julio Meinvielle y, más cerca de los ’70 por Jordán B. Genta. Además, fue obra de Carlos A. Sacheri haber estudiado la infiltración marxista dentro de la estructura temporal de la Iglesia Católica en la Argentina, fruto de lo cual fue la publicación de su libro La Iglesia clandestina. Por el otro había un obstáculo no menor: con la hipocresía que los caracteriza y con la excusa de los DD.HH, el progresismo mundial había organizado una campaña global contra nuestra patria mediante la presión de la Administración Carter en EE.UU, organismos como la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), instituciones como Amnesty International, el Consejo Mundial de Iglesias, la socialdemocracia, ciertos sectores del Estado Vaticano, el Comité Noruego del Premio Nobel, los teólogos de la liberación, etc. Al no tratarse de instituciones imparciales sino otros tantos engranajes de la progresía global, era lógico que el Nacionalismo Católico no quisiera hacer críticas públicas permanentes que podían ser utilizadas no para defender la verdadera dignidad humana y los derechos naturales de la persona, sino para desprestigiar a las Fuerzas Armadas y de Seguridad, alentando a su vez a quienes seguían con la lucha armada y los que, con más perspicacia, habían optado ya por la Revolución Cultural, siguiendo a Gramsci y a la Escuela de Frankfurt.

El Nacionalismo Católico hizo lo que se podía y se debía hacer en ese momento, mal que les pese a los que no tienen enemigos a la izquierda, sobre todo mediante la ayuda, el consejo y el asesoramiento realizados de manera privada. Hoy es difícil juzgar esas acciones (“podrían haber hecho más”, “no fue suficiente”, etc.), porque desconocemos todas las circunstancias conforme a las cuales decidieron actuar del modo en el que lo hicieron. De todas maneras recordemos, por poner sólo un ejemplo, que mientras en el juzgado en el que era secretario Ricardo S. Curutchet (hijo del director de Cabildo y nacionalista como su padre) se tramitaban hábeas corpus presentados por familiares de detenidos/desaparecidos, el ahora “campeón de los DD.HH” (con película y todo) Dr. Julio C. Strassera (que había jurado por los “Estatutos” del Proceso) pidió infinidad de veces su rechazo, sin haber realizado investigación alguna, en contra del criterio que tenía el Juzgado donde trabajaba Curutchet. Ironías de la historia.

MONSEÑOR TORTOLO

En cuanto a la persona de Mons. Adolfo Tortolo, por entonces Arzobispo de Paraná y Vicario castrense, muy querido y apreciado en los ambientes del Nacionalismo Católico, llevaba un fichero con todas las denuncias que le llegaban acerca de personas desaparecidas, a fin de interceder por ellas ante las autoridades militares. Nos consta que en una ocasión consultó por el paradero de una mujer desaparecida y por ser quien era Mons. Tortolo, los militares que la habían secuestrado, la dejaron en libertad. Algunos meses después esa misma mujer fue partícipe de un operativo terrorista, en el cual murió. Los militares en cuestión le dijeron entonces a Mons. Tortolo: “A usted lo respetamos mucho, pero por favor no interceda más por nadie”. Eso, en cierto modo, “ató las manos” del Vicario Castrense, para quien fue más complicado, a partir de ese momento, ayudar a los familiares de los desaparecidos. Descontamos su recta intención y buena fe. Acerca de lo que hizo y lo que dejó de hacer, no podemos hacer un juicio de valor concluyente, pues únicamente él –y tal vez sus colaboradores más cercanos– podían justipreciar el mayor o menor condicionamiento que las circunstancias le habían impuesto. Sólo Dios, ante cuyo Tribunal ya compareció hace 37 años, sabe qué hizo bien, qué hizo mal y qué podría haber hecho mejor.

Al finalizar este breve recorrido sobre la acción del Nacionalismo Católico frente a la subversión marxista y la represión ilegal, no podemos olvidar la noble gestión que hiciera el padre Leonardo Castellani en favor del escritor (políticamente de izquierda) Haroldo Conti, en la reunión que tuvieron Videla y Villarreal con algunos referentes del mundo de la cultura como Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Esteban Ratti y el propio Castellani. La historia es conocida y no la vamos a repetir en detalle aquí. Pero lo cierto es que Castellani entregó una carta a Videla pidiendo por Conti y tiempo después pudo verlo y administrarle el sacramento de la Unción de los Enfermos [22].

Todo lo dicho parece indicar que bajo ningún aspecto puede culparse al Nacionalismo Católico de la metodología criminal que de hecho se adoptó en el marco de la guerra antisubversiva, sea con anterioridad o con posterioridad al 24 de Marzo de 1976. La mayor o menor culpabilidad corresponde a las máximas autoridades políticas y militares que rigieron los destinos de la Argentina en aquellos años, ninguna de las cuales perteneció a esta corriente política. Los delitos que eventualmente puedan haber cometido algunos nacionalistas individualmente, sea por propia iniciativa o por obediencia debida, es responsabilidad suya y no del Nacionalismo Católico.

Hubiera sido mejor que la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina (UCA) estudiara si no hubo más culpabilidad en el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM), en las organizaciones terroristas del peronismo (de izquierda u ortodoxas), en la logia masónica P2, en varios de los partidos políticos que actuaron entre 1973-1976 y/o en los que tomaron decisiones de fondo durante el Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983), cuya filiación política fue, según los casos, liberal, radical, desarrollista, filo-peronista, demócrata progresista o socialista, más no nacionalista y católica. Los pocos referentes de esta corriente que colaboraron con el Proceso y no sin beneficio de inventario, lo hicieron en puestos subalternos y de nula influencia respecto de la Guerra contra la subversión marxista.

Notas

[15] Miranda, Sebastián, Mohamed Alí Seineldín, Grupo Argentinidad, CABA, 2018, pág. 138.

[16] Bosch, Francisco M., Indexación o Soberanía, Buenos Aires, Ediciones Leonardo Buschi, 1981, pág.10. El autor había expresado conceptos similares en la publicación El Derecho (UCA) en 1977.

[17] Bandieri, Luis María, “Francisco Miguel Bosch en el recuerdo”, en La Nueva (edición digital), Bahía Blanca, 01/06/2006.

[18] Montejano, Bernardino, “Antes que la victoria sin honra, preferimos la derrota”, Ciclo de Conferencias organizada por la Corte Suprema de Justicia de Mendoza, 1979.

[19] Miranda, Sebastián, Mohamed Alí Seineldín, Grupo Argentinidad, CABA, 2018, pág. 138.

[20] Simeoni, Héctor - Allegri, Eduardo, Línea de fuego. Historia oculta de una frustración, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1991, págs. 41-42.

[21] Reato, Ceferino, Disposición final. La confesión de Videla sobre los desaparecidos, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2012, pág.40.

[22] Beraza, Luis Fernando, Nacionalistas. La trayectoria política de un grupo polémico (1927-1983), Cántaro Ensayos, Bs. As., 2005, págs. 350-352 y 376.

 

 Tomado de: 

https://www.laprensa.com.ar/El-nacionalismo-catolico-y-la-guerra-al-terrorismo-marxista-I-528278.note.aspx#amp_tf=De%20%251%24s&aoh=17113251052669&referrer=https%3A%2F%2Fwww.google.com&ampshare=https%3A%2F%2Fwww.laprensa.com.ar%2FEl-nacionalismo-catolico-y-la-guerra-al-terrorismo-marxista-I-528278.note.aspx


https://www.laprensa.com.ar/El-nacionalismo-catolico-y-la-guerra-al-terrorismo-marxista-II-528547.note.aspx#amp_tf=De%20%251%24s&aoh=17113252832861&referrer=https%3A%2F%2Fwww.google.com&ampshare=https%3A%2F%2Fwww.laprensa.com.ar%2FEl-nacionalismo-catolico-y-la-guerra-al-terrorismo-marxista-II-528547.note.aspx


lunes, 5 de febrero de 2024

El Chacho Peñaloza y nuestra deuda con el liberalismo*

 

Por: Lucas N. Gomez Balmaceda

Después de la ominosa derrota de Juan Manuel de Rosas en la batalla de Caseros en 1852 se inicia el proceso que la historiografía llama construcción del Estado-Nación. Tal como señala Jordán Bruno Genta, esta batalla “representa para nuestra Patria el fin de una política nacional fundada en el real señorío sobre todo lo propio, y el comienzo de una política de soberanía ficticia y de efectiva servidumbre a la usura internacional hasta el día de hoy”(1).

            Este injerto que es la tradición liberal fue llevado adelante por una generación que se había exiliado en el extranjero durante el gobierno de Rosas. Diaz Araujo la describe de esta manera: “En su faz doctrinaria, esta generación literaria, había exaltado los valores esenciales de la libertad y el progreso. Era deísta o agnóstica en materia religiosa; utilitarista, al modo inglés Herbert Spencer o John Stuart Mill; en filosofía, culturalmente francófila y hispanófoba, en política adhería al liberalismo doctrinario francés de Benjamín Constant (de democracia restringida); si bien en el plano institucional prefería el constitucionalismo estadounidense, según la visión de Alexis de Tocqueville; en relaciones exteriores optaba por la vinculación con la Europa septentrional. Posición que, traducida a lo económico, implicaba el librecambio con división internacional del trabajo y especialización agropecuaria y librempresismo; y en el plano de la política partidaria interna, si bien teóricamente aceptada la existencia de los partidos, en la práctica eliminaba a los opositores, máxime si eran federales. (2)

Y fue esta última característica la que desencadenó las sucesivas guerras internas y externas. En los veinte años transcurridos desde Caseros hasta el final de la presidencia de Sarmiento, apenas si ha cesado la guerra civil en todo el territorio, a la que se ha agregado una guerra fronteriza –la del Paraguay– larga y sangrienta, aparte de la permanente del indio. Lejos está de ser un tiempo de organización, paz y progreso.

En efecto, la Argentina padecía una fractura histórica. El Liberalismo que termina de enquistarse en el poder significa un quiebre con respecto a las etapas anteriores de la historia argentina, tanto del período hispánico como del período independentista, que no fueron antagónicos entre sí.

La política liberal se inspiraba en firmes convicciones. Sarmiento escribe “los americanos se distinguen por su amor a la ociosidad y por su incapacidad industrial con ellos la civilización es del todo irrealizable, la barbarie es normal”. Y en una carta a Mitre, fechada en 1861, recomendaba que “no se economizara sangre de gauchos”, pues era “lo único que tenían de humano”.

          Otro adalid del liberalismo, Alberdi, proclamaba con énfasis la superioridad de cualquier “francés o inglés” sobre cualquier hombre de nuestros campos.  Ernesto Palacio señala la paradoja que justamente a los franceses e ingleses que visitaban el territorio quedaban embelesados con las condiciones de “laboriosidad, inteligencia y honorabilidad”según lo atestiguan los escritos de Allan Campbell, Woodbine Parish, Charles Darwin y Martín de Moussy. (3)

Para los vencedores de Caseros, la civilización consistía esencialmente en las formas constitucionales y el comercio libre. Era natural que ese repudio de lo nuestro, de lo tradicional, de lo nacional, que caracterizó a la generación organizadora, se reflejara en su obra. Bien señala Palacio, “nos organizarían, sin duda; pero con la forma, las modalidades y la mentalidad de una colonia del extranjero”. (4)

La figura del Chacho se yergue como el último bastión de defensa armada de la tradición argentina fundacional. Y es contra él que el gobierno liberal de Mitre desata toda su furia en una guerra intestina sin cuartel.

Angel Vicente Peñaloza, “el Chacho”, es el último caudillo federal que se inscribe en una larga lista de caudillos y jefes militares que defendieron los intereses de la patria. Si bien no se encontraba a la altura de un Rosas o un Quiroga por su lucidez y preparación, el Chacho era poseedor de una bondad natural que se hace patente en toda su vida y que lo llevó muchas veces a la ingenuidad, haciendo que confíe en la palabra de sus enemigos acérrimos.

El jóven Angel Vicente formó parte de la guardia de honor de Facundo Quiroga, los testimonios lo pintan como alto y musculoso, de una fuerza hercúlea y con una mirada muy suave y bondadosa cuando cedía a las solicitudes del buen trato y la amistad. Desde este puesto, entabló con el Tigre de los Llanos un entrañable vínculo de fidelidad que puede compararse al del noble vasallo medieval con su señor.

Por ello no es de extrañar que al ser asesinado Quiroga en Barranca Yaco prestara oídos a sus enemigos unitarios que hacían circular la versión según la cual Rosas era quién había mandado su muerte. Sobre esto, que fue repetido hasta el cansancio por la historia oficial, nunca se presentó prueba alguna que lo demostrara, mas por el contrario, los hechos manifiestan el dolor y conmoción que generó en el Restaurador la muerte de su compañero riojano.

Pero eso escapaba a la comprensión del Chacho. Siempre que hubiera un hálito de duda sobre la posibilidad de que Rosas fuera culpable, no podía sino entablar una enemistad contra el gobernador porteño. En palabras de Calderón Bouchet, “Peñaloza estaba convencido de que Rosas había maquinado la muerte de Facundo y no se lo perdonó jamás. Era la reacción lógica de la lealtad a su comitatus caballeresco y en la ruda simplicidad de su apasionado afecto, esto estaba por encima de todas las ideologías”. (5)

Por su parte, los unitarios liberales pusieron todas sus energías en que el caudillo riojano siguiera alimentando su rencor hacia Rosas. Ellos veían la oportunidad de hacerse con el ejército de valientes montoneros que había quedado en manos del Chacho después de Barranca Yaco. Sin embargo, tras una seguidilla de derrotas, el riojano terminó exiliado en Chile. Allí convivió con los exiliados argentinos que se dedicaron a minar su propia patria desde el extranjero. Sarmiento entre ellos, quien además de aborrecer la presencia del Chacho en los círculos chilenos, trató de convencer enérgicamente al país trasandino de quedarse con las provincias de Cuyo y la Patagonia.

Sin embargo, el Chacho regresa a su tierra. Sufrió el exilio lejos de sus Llanos, de su tropilla y de su gente. Consiguió el indulto de Rosas por mediación de su amigo Benavídez. Pero él aún cree en la culpa del porteño. Por ello se alía con Urquiza en su levantamiento traidor. Otro error que pagaría muy caro años más tarde.

Después de Caseros, se convierte en patriarca de la Rioja y  padrecito de los pobres, tal como lo proclamó el pueblo riojano según el testimonio del diario El Imparcial, de cuño liberal.(6) José María Rosa, lo describe en esa etapa de la siguiente manera: Era un hombre sencillo y de pocas letras que se movía por los impulsos del corazón. Los habitantes de Los Llanos, cualquiera fuera su clase social, le tenían ley; sabía dirimir las diferencias y manejaba el arte de saber dar a cada uno lo suyo. Nadie golpeaba en vano su puerta en busca de consejo o ayuda sin conseguir lo uno o lo otro. Arreglaba las desavenencias conyugales y encarrilar a los muchachos difíciles… El gobernador de la lejana capital tenía que contar con su apoyo para estabilizar su gobierno, y los mandantes de las vecinas Córdoba, San Luis y San Juan recurren al estanciero de Guaja para que no asilara en los impenetrables Llanos a los conspiradores. Que el Chacho a veces cumplía y a veces negaba, porque él era el único dueño de sus acciones. (7)

En la batalla de Pavón el presunto federal Justo José de Urquiza, en quien Peñaloza había depositado su confianza y nueva fidelidad, se retiró cobardemente cuando el fragor de la batalla le era favorable. Pavón fue una victoria pactada, masonería de por medio, que garantizó la hegemonía de Buenos Aires y con ello, la imposición a contrapelo del régimen liberal antes mencionado.

Urquiza se retiró a su palacio en Entre Ríos a disfrutar de los deleites de la vida, desentendiendose de la política y de sus hombres. Ninguna de las acciones del traidor de Caseros sorprende a quien se acerque al estudio de la historia argentina.

Entre 1862 y 1863 el Régimen Liberal, presidido por Mitre, lanza una guerra sin cuartel al Chacho. Este tenía 62 años, y era un hombre de paz, de orden, de trabajo. Sin embargo, ante la retirada de Urquiza se vió como único caudillo federal sobre el que reposaba la defensa de la tradición auténticamente argentina. Antes de comenzar a la guerra escribe a sus enemigos “¿Por qué pelear entre hermanos…?” (8)

La persecución fue encomendada a Domingo Faustino Sarmiento, quien había sido su compañero de exilio en Chile y el mando de las expediciones lo tuvieron generales uruguayos. En efecto, los generales argentinos enlistados en las filas unitarias conservaban la decencia que les impedía realizar lo que se había planeado. La tropa, por su parte, estaba constituída por pocos argentinos, la mayoría eran soldados mercenarios extranjeros y criminales obligados a pagar su condena sirviendo al recientemente creado ejército nacional.

Al Chacho se lo persiguió como un bandido, a pesar de ser oficialmente un general de la Confederación. Pero para los liberales él era un fantasma, como dice la copla, jugaba a estar en todas partes y en ninguna. Los impenetrables Llanos riojanos lo ocultaban y ninguno de sus paisanos jamás lo traicionó.

A pesar de su avanzada edad, el Chacho combatió con la valentía que lo caracterizó de mozo. Se enfrentó con su ejército de montoneros, armados con tacuaras y tercerolas, a un ejército regular, dotado de la última tecnología armamentística y cuyos hombres percibían un salario por guerrear. Aún así sembró terror entre los oficiales unitarios. Combatió en su Rioja natal, pero también en San Luis, San Juan, Catamarca y Córdoba.

Una anécdota de estos tiempos pinta de cuerpo completo la arquetipicidad del Chacho y la nobleza del pueblo argentino que aún conservaba la tradición. En cierta ocasión, partió una columna del ejército desde San Luis al mando del general Loyola. Al llegar a la Rioja, el oficial unitario tuvo que retirarse porque su ejército comenzó a confraternizar con la causa del Chacho y el grueso de sus hombres desertó para unirse a las bravas montoneras.

Ante tal impotencia, se desató el terror. Los montoneros apresados eran fusilados sin juicio previo después de ser torturados en el cepo colombiano. Ninguno habló, todos se mantuvieron fieles al Chacho. Desde San Juan, estas acciones eran aplaudidas por Sarmiento, defendiendo ante las autoridades nacionales a los oficiales que llevaban a cabo la búsqueda del bandido riojano.

Tras el combate de las Banderitas el 29 de mayo de 1862, el Chacho está exhausto. Sabe que las pobres provincias de la Rioja, San Juan y San Luis que les son fieles no pueden contra el poder del ejército nacional. Es allí que el riojano comete nuevamente el error de pactar con el liberalismo. Se llega a un acuerdo de tregua. A la hora de intercambiar prisioneros de guerra el entrega a los suyos, en excelente estado, sin que les falte ni un botón de su uniforme. Pero cuando el Chacho pregunta dónde están sus hombres, se hace un silencio sepulcral. Los han fusilado a todos, ni uno solo sobrevivió.

Este acto de crueldad y la tristeza del Chacho no impiden la tregua que él considera tan necesaria y urgente. Pero la paz es efímera y el Régimen no mantiene su palabra.

Unos meses después se retoma la persecución. Sarmiento y Mitre no pueden soportar la presencia misma del Chacho, mientras él viva habría esperanza en el pueblo federal.

El terror se reanuda pero esta vez la crueldad es mayor. Como los soldados montoneros no hablan en el cepo, el ejército fue por sus hogares. Incendió sus casas, ultrajó a sus mujeres, asesinó a sus hijos. Madres, esposas e hijas fueron llevadas a casas de perdición, como se llamaba en ese entonces a los prostíbulos. Narra José María Rosa que el periodista Ramón Gil Navarro del diario cordobés El Progreso encontraría en 1868 “casas de perdición con pobres víctimas arrancadas de su hogar doméstico por derecho de conquista” (9) . Pero La Rioja se mantiene fiel aún en el sufrimiento. Otra copla popular canta el dolor del riojano “¿a donde estará mi mama, mi chango donde andaran? Me los han pasao a digüello por ser federal”.

Su epopeya lleva al Chacho a tomar la ciudad de Córdoba. Pero sabe que él solo no puede vencer. Desde su primer alzamiento le escribe a Urquiza -en quien aún depositaba su confianza- para que se ponga al mando del levantamiento federal. Pero la naturaleza de Urquiza es la de un traidor. Lo único que recibe el Chacho es su silencio. El entrerriano está disfrutando de su palacio en el Litoral. Superan la decena las misivas que envía el riojano, sin tener respuesta. Incluso llega a escribir con desesperación que sí Urquiza no se pone al frente de la revolución “tomaré el partido de abandonar la situación retirandome con todo mi ejército fuera de nuestro querido suelo argentino a mendigar el pan en suelo extranjero antes que poner la garganta en el cuello del enemigo”(10)

La Muerte lo sorprende al Chacho con su acostumbrada bonhomía. Estando escondido en Olta una partida del ejército nacional lo encuentra. Un amigo intercede por él. El Chacho accede a pactar su rendición, se encuentran en su casa su mujer y un puñado de compañeros. Sin embargo, al tenerlo enfrente y desarmado, el mayor Irrazábal le da una puñalada fatal. Es el final del caudillo.

Irrazabal no se contenta con esta atrocidad de asesinar a sangre fría a un hombre desarmado y en frente de su mujer. Decide decapitar el cuerpo y exhibirlo en la plaza de Olta, para escarmiento de todos los que alguna vez le fueron fieles. Pero la crueldad no termina allí, y la saña se extiende a su mujer, Victoria Romero. Ella es apresada y obligada a barrer por el resto de sus días la misma plaza que exhibe el cuerpo de su marido.

La figura del Chacho se yergue como un arquetipo cabal de la patria.

Una de las tantas lecciones que podemos aprender del estudio de su vida es el peligro de confiar en el liberalismo. Nuevo o viejo, con aires de conservadurismo o progresismo. El liberalismo siempre fue y será enemigo de la Patria y de la Fe. El liberalismo es pecado, como profesaba Sardá y Salvany. Confió el Chacho en los liberales en la conjura contra Rosas, confió en el traidor Urquiza, confió en la paz de las Banderitas y murió con un acto de confianza en un general unitario que no conoció el honor.

Hacemos nuestras las piadosas palabras de Ernesto Palacio: “No negaré que muchas veces he sentido bullir mi sangre ante la injusticia, el error o la traición… Pertenezco, en efecto, a una raza calumniada. Cuando hace cuatrocientos años vivía en el territorio que es hoy nuestra patria apenas un puñado de blancos españoles -menos de un centenar-, ya había gente de mi sangre. Fundaron ciudades, gobernaron provincias y villas, poseyeron encomiendas y fundos, guerrearon con indios, en cuyas manos varios perecieron. Sus descendientes lucharon por la independencia y la libertad, asistieron a congresos y asambleas, participaron activamente en las vicisitudes nacionales. Soy, por consiguiente, un viejo argentino; es decir, una víctima de la oligarquía que proclamó la superioridad del extranjero sobre el criollo y del hijo del inmigrante sobre los descendientes de los conquistadores.”(11)

Por todo ello tenemos una deuda pendiente con el liberalismo. Y es una deuda de enemistad y sangre.


Publicado en la Revista digital El Alcázar, N° 23, año VII, Enero de 2024

Notas:

1) Jordán Bruno Genta, Seguridad y desarrollo, Ed. Cultura Argentina SA. Buenos Aires, 1970, pp. 23
2) Enrique Díaz Araujo. Aquello que se llamó la Argentina. Cuadernos de Historia no oficial.  Mendoza, Ed. El Testigo, 2002.
3) Ernesto Palacio, Historia de la Argentina (1515-1983), Abeledo Perrot, 15ª edición, Bs.As., 1988.
4) Ernesto Palacio, Historia de la Argentina (1515-1983), Abeledo Perrot, 15ª edición, Bs.As., 1988.
5) Calderón Bouchet, R. Civilización o Barbarie. Un discutible dilema histórico argentino. En Annales de la Fundación Elías de Tejada, pp. 253-254. 1999.
6) José María Rosa. Historia Argentina, tomo VII. Ed Oriente. Bs As, 1974. p. 23
7) ibidem. p. 18.
8) ibidem. p. 18
9) ibidem. p. 25
10) ibidem. p. 43
11) Ernesto Palacio, Historia de la Argentina, Tomo I, pág. 17. Ed. Revisión. Bs As. 1980.

domingo, 17 de diciembre de 2023

Sebastián Sánchez: “Una dimensión no abordada de la guerra de Malvinas es la presencia de sacerdotes en las islas”

 


Por Claudia Peiró

En este año del 40 aniversario de la Guerra de Malvinas, la Cancillería argentina, siguiendo las modas del momento, decidió resignificar -según el término también en boga- ese acontecimiento histórico desde la perspectiva de género y -no podía ser de otro modo- se habló de invisibilización de la mujer en Malvinas, por la presencia, en el teatro de operaciones y en actividades auxiliares de 16 mujeres.

Existe en cambio otra invisibilización que no mereció comentario oficial y es la de los 22 sacerdotes que asistieron a los soldados en el terreno y durante todo el conflicto. Como explica Sebastián Sánchez, autor de El Altar y la Guerra. Los capellanes de la gesta de Malvinas (Grupo Argentinidad, 2022), no se cercena sólo la memoria de esos capellanes sino toda la dimensión espiritual de la guerra. El silencio sobre el lugar de la fe y de la religión en Malvinas es un aspecto más de la desmalvinización que comenzó el mismo día que terminó la guerra.

Sánchez no se limita a reconstruir la historia de cada uno de los capellanes militares y sacerdotes voluntarios en Malvinas, sino que recorre también la doctrina de la Iglesia ante la guerra, el origen del oficio de capellán y, sobre todo, el lugar que ocupó la fe católica a lo largo de toda nuestra historia.

La posguerra y la desmalvinización también son materia de esta investigación que apeló a archivos y a algunos testimonios de los propios protagonistas.

Sánchez es doctor en Historia por la Universidad de El Salvador y es profesor de grado y posgrado en la Universidad del Comahue. Es autor de Tres ensayos de historia indiana (2003), El escándalo de la niñez. Los ataques a la infancia según cuatro pensadores católicos (2006), Diccionario de autores católicos de habla hispana (2013), entre otros.

En esta entrevista explica el porqué de las dificultades que tuvo para encontrar información sobre los capellanes de Malvinas -uno solo de ellos vive aún-, el rol que desempeñaron en las islas y cómo la desmalvinización también incidió en el olvido de la necesidad de esta dimensión espiritual en la atención a los veteranos de guerra. Un extracto de la charla abre esta nota y la entrevista completa puede verse al final.

— Hay una dimensión poco conocida de la Guerra de Malvinas que es la presencia de muchos sacerdotes en las Islas durante la Guerra, el tema que usted aborda en el libro. ¿Por qué cree que hasta ahora nadie habló de eso? ¿Qué importancia tuvo esa presencia en el conflicto?

— Historiográficamente se han planteado muchas cosas desde una perspectiva cercenada, mutilada. La dimensión que se aborda a partir de la presencia de los capellanes, de la presencia de la Iglesia en Malvinas, señala justamente una de esas cuestiones mutiladas, no abordadas, que es la de la espiritualidad en la Guerra. Se ha hablado poco de eso siendo que, como en todas las guerras pero en la nuestra en particular, es de extrema importancia. Los capellanes representaron a la Iglesia. Puede decirse que la Iglesia la implantaron ellos, aunque ya estaba en Malvinas. Pero en esa liturgia de guerra que llevaron adelante puede decirse que la Iglesia fue implantada a partir de esos 22 hombres. Omitirlos, borrarlos de la historia oficial, ha sido no solo cercenar el papel que cumplieron y que cumplió la Iglesia, sino mutilar esa dimensión de la Guerra de Malvinas. Si uno le pregunta a cualquiera de nuestros veteranos, la vida espiritual estuvo omnipresente durante la gesta. Lo que me interesó con el libro es retratar a estos hombres -solo uno de ellos vive aún, el padre Vicente Martínez Torrens-, y evocar lo que fue la espiritualidad en Malvinas.

— En la película “1982 La Gesta”, basada en los testimonios de los protagonistas, varios de ellos mencionan ese aspecto y uno dice: “En Malvinas no hubo ateos”.

— Sí, en las trincheras no hay ateos. Sin dudas es así por la proximidad de la muerte. La propia y la del otro. Por el dolor. Pero yo en el libro hago una introducción respecto de las capellanías y de la espiritualidad en la guerra en nuestra historia. No dudo de que en las trincheras no hay ateos pero tampoco dudo de la espiritualidad raigal argentina que se manifestó como no podía ser de otro modo. La vida espiritual, esa liturgia particular de guerra, formaba parte, estaba concatenada, con lo que siempre había pasado en nuestra historia. No fue una cosa caprichosa ni solamente explicable a partir del miedo a morir. Sin dudas también, pero la gesta de Malvinas representó una continuidad en nuestra historia también en ese aspecto.

— Es que justamente se trata de negar o al menos minimizar el papel de la fe en el nacimiento de la Argentina. San Martín, Belgrano, ponían sus batallas, sus campañas, bajo la advocación de la Virgen, de Dios, constantemente. Es lo que hoy se trata de minimizar y de borrar las huellas de esa espiritualidad en el presente.

— Así es. Hay figuras arquetípicas en nuestra historia, como Manuel Belgrano. Incluso nuestra historia en el período indiano, porque eso de que Argentina nació a partir de la Revolución de Mayo es casi un infundio, muy instalado. Pero por ejemplo un gran prócer del siglo XVII que fue Hernando Arias de Saavedra, nacido en Asunción pero argentino hasta la médula…

— Hernandarias.

— Hernandarias. La vida espiritual, la vida religiosa, está presente desde la fundación, casi diría desde el bautismo de la Argentina, allá por 1520, cuando se celebró la primera misa en el actual Puerto San Julián. Y Malvinas no es una disrupción, no es un capricho, sino que está concatenado con lo sucedido en nuestra historia. Con nuestra espiritualidad raigal. En 1982 todavía eso estaba presente y los capellanes, que fueron pocos, para 10.000 hombres 22 eran poquitos, así y todo representaron esa espiritualidad, esa religión ínsita en la cultura argentina.

— ¿Cómo se decidió quién iba, quién no iba? ¿Eran todos capellanes que ya estaban trabajando con las Fuerzas Armadas?

— No todos. Algunos de ellos sí, sobre todo en el ámbito de la Marina. Oficiales, capellanes militares. Fueron poquitos los de la Marina. Muy poquitos. Pienso ahora en el padre Ángel Mafezzini, el primer sacerdote que pisó Malvinas el 2 de abril. El segundo fue el padre Martínez Torrens.

— O sea que había un sacerdote en el Operativo Rosario.

— Así es. Ya hubo uno. Sí, sí, sí. Que se dio un golpe ese día con un cable y se lo ve en las fotos con la cabeza vendada. Fue él quien asistió a Pedro Giachino, nuestro primer caído, y rezó el responso por él. Mafezzini, (Carlos) Wagenfuhrer, fueron hombres de la Armada que tenían rango militar.

— ¿Todos los capellanes tienen rango militar?

— No. No todos. Hay distintas categorías en la capellanía. Pero el rasgo interesante en Malvinas fue que partieron hacia allí capellanes o sacerdotes que habían tenido una vinculación muy efímera con las Fuerzas Armadas. El padre Martínez Torrens, que vive, tiene 83 años, tuvo una participación muy acotada durante el Cordobazo. Asistía a los soldados paracaidistas. Le habían pedido que los cuidara entonces saltaba con ellos. Tres de esos soldados cayeron en el Cordobazo. Después no tuvo más contacto con el Ejército hasta 1982, cuando decidió partir voluntario. Muchos fueron voluntarios. La mayor parte de esos capellanes eran hombres grandes que bordeaban los 60 años. Y además un panorama variopinto, había un distinguido dominico entre ellos, el padre Renaudiere de Paulis. Un hombre de filosofía, un especulativo, no un hombre de vida práctica. Estuvo 60 días aproximadamente en Malvinas y dejó un singular diario de guerra, pletórico de comentarios políticos, filosóficos, teológicos.

— ¿Está publicado?

— Se lo puede conseguir en internet. En una página de la Orden de los Predicadores, de los Dominicos. Pero no está editado en papel.

— ¿Le resultó difícil encontrar información para reconstruir la historia de estos 22 sacerdotes?

— Muy difícil.

— ¿Por qué?

— Creo que los capellanes representaban, y representan, un problema. Yo no creo que haya sido fortuita la mutilación de esa parte de la historia. Hasta podría decir que era políticamente incorrecto plantear las capellanías. Porque se estableció un tanto aviesamente la continuidad entre los capellanes que asistieron en la guerra contra la subversión y los capellanes de Malvinas. Dos o tres de ellos habían estado acompañando a las tropas en el Operativo Independencia, por ejemplo. Pero de alguna manera se compró el argumento ideológico de la Iglesia militar. Esos neologismos ideológicos que tienen ya unos años en boga. De manera que encontrar información sobre los capellanes ha sido difícil. 40 años pasaron y no hubo hasta el momento libros, publicaciones extensas, estudios, que den cuenta de lo que hicieron.

— Tampoco homenajes.

— Tampoco. Y eso entraña una cosa aún más grave. No tanto el olvido de los capellanes, que ya de por sí es grave, sino la falta de auxilio espiritual para los veteranos de Malvinas que en 40 años no han tenido, por ejemplo, una pastoral específica para ellos. No es solo un cercenamiento historiográfico sino una realidad patente que en cuatro décadas no ha acontecido.

— ¿En otros países existe una pastoral o una forma de asistencia a veteranos?

— Sí, sí, sí, es algo habitual. Existe el obispado castrense, pero éste atiende a los militares de profesión, en actividad, y a sus familias. No a ese universo que fueron los soldados conscriptos…

— Civiles además.

— Civiles que luego volvieron a la vida civil y a sus familias. No puede soslayarse que ya se cuentan por cientos los veteranos que se han quitado la vida. Superan la cantidad de caídos en las islas. No digo que una cosa esté vinculada a la otra porque esas decisiones siempre obedecen a múltiples causas, pero la asistencia espiritual sin duda fue una falta importante.

— Es habitual que las sociedades interroguen a la historia desde las inquietudes del presente, pero eso a veces genera deformaciones. Por ejemplo, en este 40 aniversario el tema para la Cancillería fue la invisibilidad de la mujer en la Guerra de Malvinas. Algo falso, porque las mujeres que estuvieron en el teatro de operaciones recibieron el mismo trato que los hombres. Son veteranas de guerra, reciben pensión, etc. Son 16 en total, la mayoría no estuvo en las islas sino en los barcos, como enfermeras o asistentes.

— Sí, instrumentistas quirúrgicas.

— Pero eso obliga a revisar toda la guerra con perspectiva de género, que no sé muy bien qué significaría.

— No, no, yo tampoco.

— En cambio me sorprendió descubrir que sí existe una invisibilización, la de los capellanes, que sí estuvieron efectivamente en las islas.

— Así es. No todos estuvieron los 74 días. El padre Maffezini, el del 2 de abril, se fue el 11 de junio porque había fallecido su papá y la superioridad le ordenó irse. Él no se quería ir. Pero sí, invisibilizaciones, como se dice ahora, omisiones, mutilaciones, hay muchas. Llevamos 40 años de tergiversaciones en este armazón, en esta urdimbre ideológica que se denomina desmalvinización. Sobre la perspectiva de género en el tema Malvinas hay una cosa muy interesante. Varias de estas mujeres estuvieron en el Almirante Irízar. Y cuando terminó la batalla de Puerto Argentino quisieron bajar para hacer lo que hacían en el Irízar, que era que, después de estar en la enfermería cuidando de sus heridos, iban a la capilla del buque a rezar por los que aún estaban combatiendo. Entonces, si quieren perspectiva de género, respeten verdaderamente a esas mujeres, valerosísimas, valiosas argentinas, respétenlas auténticamente y digan lo que hicieron. No las usufructúen más ideológicamente.

— Una de las deformaciones que produce esta perspectiva de género, no por culpa de estas mujeres porque no creo que ellas tengan ese espíritu para nada, es decir que el heroísmo es un concepto machista. O sea que rescatar el heroísmo de los combatientes en Malvinas sería un acto de machismo.

— Sí. En esta cultura panfletaria actual, se ve, se escucha o se lee cada cosa… Sí, bueno, como toda cuestión ideológica, de desvinculación con lo real, estas son categorías, son entes de razón ideológicos, que carecen de sentido. Lo que pasó en Malvinas no tuvo nada que ver con el machismo. Tuvo que ver en muchos casos, gracias a Dios, con el heroísmo. Además tuvo que ver con virtudes superiores que se manifestaron cotidianamente en Malvinas. Un veterano decía “el heroísmo de todos los minutos”. El dar un pedazo de pan en esa situación al camarada. Jugarse la vida y hasta entregarla. No hay más alto signo de la caridad que ese. Lo que pasó en Malvinas no tuvo nada que ver con esta deformación ideológica con la que hoy se la pretende ver. Pasaron cosas sustantivas y trascendentes en Malvinas y no selas puede seguir desconociendo.

— En el fondo, implica desvalorizar a la mujer porque se insinúa que ella no es capaz de heroísmo.

— Sin dudas. Pienso por ejemplo en las mujeres del Irizar y sí fueron mujeres heroicas.

— ¿Qué hacían exactamente los sacerdotes en las Islas?

— En las dos grandes islas del archipiélago hubo unidades militares. En la Gran Malvina, tanto en Bahía Fox como en Puerto Howard, hubo unidades militares y cada una tuvo su sacerdote. Pienso ahora en el padre (Nicolás) Solonyzny, un salesiano, extraordinario sacerdote, recordado por todos los hombres que estuvieron con él, con una característica muy particular porque en Puerto Yapeyú, Howard, no se vivió prácticamente la guerra terrestre sino los bombardeos, la aviación. Pero lo que sí se vivió fue un gran desamparo y hambruna. Agravada después del hundimiento del “Isla de los Estados” que les llevaba comida. En ese marco, la presencia del sacerdote fue fundamentalísima. Pienso en el padre Santiago Mora, italiano, que estuvo en Pradera del Ganso, y que acompañó y era confesor y asesor o guía espiritual del teniente Roberto Estévez. Ahora, básicamente, la tarea de los sacerdotes era el altar, la misa.

— La misa diaria.

— La misa diaria. Hubo sacerdotes que celebraron más de ocho misas diarias, porque eran muy pocos. El padre Martínez Torrens, que estaba en Puerto Argentino, recorrió mucho las islas y era básicamente la misa, la vida sacramental, las confesiones, la compañía y la atención espiritual de estos hombres. En general, las absoluciones se hacían en forma colectiva. Muchos se quedaron en Puerto Argentino, salvo los que estuvieron en Pradera del Ganso, particularmente el padre Mora y el padre Sesa que estuvieron en medio de los combates. Los que estaban en Puerto Argentino recibieron la prohibición de participar en los últimos combates alrededor de Puerto Argentino, en Longdon, Harriet, Tumbledown. Cosa que no pasó con los capellanes ingleses que combatieron o estuvieron junto a los combatientes casi en la primera línea. Yo señalo en el libro que el gobierno militar de Malvinas en muchos sentidos replicaba el liberalismo ínsito del gobierno, un liberalismo que conlleva cierto laicismo y cierta desestimación... ¿El sacerdote para qué? El sacerdote era fundamental y lo era tanto antes como durante el combate. Su tarea fue muy importante.

— ¿Hubo alguna baja o herido entre ellos?

— No. Milagrosamente, porque, por ejemplo, durante una misa que estaba celebrando el padre Martínez Torrens, un avión, un Harrier, se venía derecho a ellos y en el momento de la consagración él les dice a soldados “rodilla en tierra”. Y ellos interpretaron que era por la consagración, pero era por el avión. El Harrier arrojó las bombas y no hubo heridos. Fue milagroso. Hubo varias anécdotas de esas. Celebraciones de misas de campaña bajo ataque se dieron en varias oportunidades.

— Escuché al coronel Esteban Vilgré La Madrid decir que él, que creo era catequista, había hecho muchas conversiones en Malvinas.

— Hubo conversiones, sí. Conversiones que podríamos llamar de guerra ante el temor a la muerte y la necesidad de salir del vacío de la increencia. Y hubo también conversiones de otras religiones. Recuerdo una muy en particular que estaba vinculada a la devoción de la Virgen. Yo también quiero, le dice un soldado al capellán, yo también quiero una madre. Sí, hubo conversiones.

— ¿Qué pasó con esos soldados que vivieron en ese espíritu de comunión, de cercanía a Dios?

— En algunos arraigó la fe y fue sostén. En otros, quizás no tanto. A veces pasamos, no digo ligeramente, pero sí rápidamente por el expediente de la desmalvinización, que tiene muchísimos aspectos. La desmoralización de nuestros veteranos y el infundir ese ánimo derrotista en la cultura argentina pretendió y pretende generar desesperanza. “La Argentina no tiene destino, somos esto, perdimos… ¿te das cuenta? todo fue una fantochada de un borracho…” Jauretche hablaba de las zonceras de la auto denigración. Bueno, en Malvinas eso encontró su máxima expresión. Y ha influido obviamente en el ánimo de los argentinos, y ni qué hablar de los veteranos. No obstante eso, considero que en muchos de ellos arraigó la fe en forma fundamental.

— ¿Qué pasó con esos sacerdotes en la posguerra? ¿Mantuvieron contacto con sus soldados?

— La mayor parte sí. Algunos volvieron a sus tareas, a su ministerio de siempre en una parroquia. Por ejemplo el padre Gozzi, recién al fallecer la gente de su parroquia se enteró de que había estado en Malvinas. Otros sacerdotes, como el padre Fernández, coordinador de los capellanes del Ejército, o Martínez Torrens, o monseñor Puyelli de la Fuerza Aérea, fueron fundamentales en la tarea de la malvinización. O el padre Solonyzny que se reencontraba todo el tiempo con los veteranos del Regimiento de Infantería 5 que había estado en Yapeyú. En muchos de ellos pervivió y hasta fue, junto con la fe, la razón de su existir. Lo veo muy particularmente en el único que yo conocí, Martínez Torrens, a quien tuve la alegría de poder llevarle el libro hace unos días, y sigue siendo ese humilde, sencillo sacerdote. Está en General Roca, en Río Negro, siempre incentivado por la predicación entre los jóvenes y por la cuestión Malvinas. Para él es siempre un tema trascendente.

— ¿Volvió a Malvinas?

— ¿Sabe que no lo sé? Muchos veteranos se resisten a volver. Hoy leía que un veterano, un oficial del Regimiento 5 que estuvo en Howard, fue a Malvinas y le hicieron pagar la tasa como si hubiera ido, no sé, a Bélgica...

— El gobierno de acá le hizo pagar.

— Este gobierno le hizo pagar como si hubiera ido al exterior. La desmalvinización también es decir “Malvinas, Malvinas”, la cuestión de género y todo, pero después Malvinas es el extranjero.

— ¿Éste es su primer libro sobre Malvinas?

— Sí. Pero hay una figura muy interesante que surgió en esta búsqueda, que es la del soldado Carlos Mosto. Pude contactar a la hermana, Elsa Mosto, que vive en Gualeguaychú. Mosto fue una figura entrañable. Entrañable. Un soldado mayor que el resto, estudiante de medicina. Las cartas de Carlos Mosto a su mamá son impresionantes. Él le pide que rece por él, por sus compañeros y también por los ingleses que están enfrente. Mosto murió en Moody Brook, que era el ex cuartel de los marines, y es una figura a la que me gustaría dedicar aunque sea un opúsculo.

— ¿Qué repercusiones ha tenido hasta ahora su trabajo?

— El libro tiene que andar su camino. Contiene cierta incorrección política y eso puede hacer variar su suerte. Veremos.

— La incorrección política suele ser el sentido común de la mayoría.

— Suele ser. Sí. Sin dudas. Así que no lo sé: veremos. Yo ya terminé mi tarea, que era escribirlo, y veremos qué le pasa al libro.

— Que haga su camino, como dijo usted.

— Así es.

 

Fuente: https://www.infobae.com/sociedad/2022/11/20/sebastian-sanchez-una-dimension-no-abordada-de-la-guerra-de-malvinas-es-la-presencia-de-sacerdotes-en-las-islas/

 


martes, 21 de noviembre de 2023

La vuelta de Obligado: La gran batalla por la soberanía económica

 


Por Marcelo Gullo

La historia oficial de la Argentina fabricada, después de Caseros, por los escribas de la ignominia y el rencor, trató siempre de ocultarle a los argentinos el significado profundo de la guerra que, en 1845, sostuvo la Confederación Argentina, conducida por Juan Manuel de Rosas, contra las dos principales potencias del mundo, Inglaterra y Francia. La Guerra del Paraná, de la cual la batalla de la Vuelta de Obligado constituyó uno de los episodios más gloriosos, fue verdaderamente una guerra por la defensa de nuestra soberanía económica. Inglaterra y Francia, invadieron las tierras del Plata, para impedir que la Confederación Argentina se convirtiera en el devenir histórico -siguiendo el ejemplo de los Estados Unidos que aplicaba un férreo proteccionismo económico- en una potencia industrial. Ese, y no otro, fue el objetivo esencial de la invasión anglo-francesa. Se impone, entonces, develar aquello que la historia oficial siempre ha ocultado.

El primer gobierno de Rosas fue una época de salarios altos donde la economía creció más que la disponibilidad de mano de obra pero, no rompió con el esquema de libre comercio heredado de la época colonial borbónica y de los primeros gobiernos autónomos que se sucedieron a partir de 1810. Rosas, en su primer gobierno, no supo, no quiso, o no pudo, manifestarse en contradel libre comercio. Sin embargo, esta posición pro-librecambista, cambiaría radicalmente cuando fuera nuevamente elegido, por una amplia mayoría popular, para ejercer un segundo mandato. Fue entonces que el Gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, se decidió por la instauración definitiva del proteccionismo económico. El 18 de diciembre de 1835, después de 25 años de aplicación radical del libre comercio, se sanciona la Ley de Aduanas. La conversión de Rosas al proteccionismo se define “sin cortapisas”. En el mensaje del 31 de diciembre del año 1835, refiriéndose a la nueva ley, sostiene: “Largo tiempo hacía que la agricultura y la naciente industria fabril del país se resentían de la falta de protección, y que la clase media de nuestra población, que por cortedad de sus capitales no puede entrar en empleos de ganadería, carecía de gran estímulo al trabajo que producen las fundadas esperanzas de adquirir con él, medios de descanso en la ancianidad y de fomento de sus hijos. El gobierno ha tomado este asunto en consideración, y notando que la agricultura e industria extranjera impiden esas útiles esperanzas, sin que por ello reporten ventajas en la forma y calidad…ha publicado la ley de Aduanas.” . Las provincias del interior, Córdoba, Catamarca, Cuyo, Tucumán y Salta, que habían sufrido los efectos desbastadores de la política librecambista instaurada desde 1778 y, reforzada desde 1810, recibieron alborozadas la nueva Ley de Aduanas.

Importa precisar que, cuando Rosas se decidió, durante su segundo gobierno, a emprender un proceso de Insubordinación Fundante, tendientea completar laindependencia política, declarada en 1816, con la independencia económica, es decir a liberar a la Argentina del dominio informal inglés, el gobierno de Gran Bretaña estaba en las manos de uno de los políticos más brillantes de su historia: Henry John Temple, tercer Vizconde de Palmerston, quien fuera autor intelectual de la Guerra del Opio, luego de la cual China no sólo se vio obligada a permitir la importación y el consumo de opio sino que, perdió el control de sus aduanas, debiendo aceptar el libre comercio, así como que quedara en las manos de Inglaterra, la potestad de fijar el régimen arancelario del Imperio chino. Este hecho no puede ser, livianamente, pasado por alto cuando se analiza objetivamente este periodo de la Historia Argentina.

En 1838, el primer ministro británico, Lord Palmerston, al constatar la insistencia de Rosas en el proteccionismo, “…comunicó al Ministro británico que no hiciera uso del derecho de protesta formalmente, pero que deseaba que el Ministro aleccionara al Gobierno de Buenos Aires sobre las virtudes del libre comercio y la locura de los altos impuestos aduaneros, y que le señalara los perniciosos efectos sobre el comercio del país que con tanta seguridad se seguirían de aquellos.” Rosas por supuesto desoyó los “desinteresados” consejos económicos del Ministro británico. En noviembre de 1845, una flota anglo francesa compuesta por 22 barcos de guerra, equipados con la tecnología militar más avanzada de laépoca, penetró en el Ríode la Plata. Cerca de la localidad bonaerense de San Pedro el 20 de noviembre de 1845 transcurrió la primera batalla contra la poderosa flota invasora. El objetivo anglo francés era claro: imponer el libre comercio. La guerra que se desató entonces, de la cual la Confederación Argentina resultó victoriosa, fue calificada por el General José de San Martín de “Segunda Guerra de Independencia.” En conmemoración de esa epopeya, fue plasmado el 20 de noviembre como el Día de la Soberanía Nacional.

 

 Artículo publicado en: Viento Sur. Revista de la Universidad de Lanús. Año 3/ Número 5. Abril de 2013, p 112.

Tomado de; https://marcelogullo.com/la-vuelta-de-obligado-la-gran-batalla-por-la-soberania-economica/