viernes, 27 de mayo de 2011

El problema del 25 de mayo

Querido Marcelo:

Me pides que te escriba para El Caballero de Nuestra Señora –publicación que llevo gratamente en el corazón desde los tiempos en que la iniciará, el inolvidable Padre Carlos Lojoya- alguna nota sobre La Revolución de Mayo.

Permitime que te diga porqué me resulta tan difícil hacerlo.

Tradicionalmente prevalecía la visión liberal y masónica de Mayo. Mayo era un dogma indiscutido, en virtud del cual debía repetirse que la patria había nacido en 1810, bajo los sacros auspicios de la democracia, del liberalismo y de la macabra Revoluta de 1789. España era una madrasta malísima –como la de las patochadas infantiles de Walt Disney- y habíamos hecho muy bien en sacárnoslas de encima. Los realistas eran tiranos opresores, los revolucionarios eran libertadores, y cada quien ocupaba su bando de malo o de bueno en los libros de texto. ¡Manes de parabienes!

No le faltaba fundamento in re a esta visión. Porque efectivamente, este Mayo liberal, masónico, antiespañol y aún anticatólico había existido. Quien se acerque a las malandanzas de Castelli, Moreno y Monteagudo –entre tantos otros- podrá comprobarlo. Otrosí queda penosamente al descubierto cuando se consideran los escritos o los actos del curerío progresista de entonces, más confundidos que Casaretto después del Summorum Pontificum de Benedicto XVI. Por eso desde Roma llegaron voces legítimamente recelosas sino admonitorias respecto del movimiento revolucionario, como lo ha probado Rómulo Carbia en su La Iglesia y la Revolución de Mayo.

Nuestro mismo Himno ratifica penosamente la existencia oficial de ese Mayo en todo contrario a nuestras raíces católicas. Hasta Ricardo Rojas –que le ha encontrado un par de plagios a la letra, y que nos exime “de la admiración estética”- se intranquiliza un poquitín ante aquello de “escupió su pestífera hiel”. ¿No será mucho, Vicente? Cristina lo canta a lo yanky, con la mano en su siliconado pecho. Yo, caro amigo, te confieso, como bautizado, no puedo andar gritando por ahí que la libertad es “un grito sagrado”. Y si tengo que ver “en un trono a la noble igualdad”, ya no es igualdad, pues está entronizada y ennoblecida.

Como fuere, el Mayo masonete existió y es aborrecible. Existió y fue el que terminó imponiéndose, salvo durante el interregno glorioso de Don Juan Manuel. Los zurdos –que atacan a Roca por lo que tuvo de bueno- suelen decir que “es preferible un Mayo Francés a un Julio Argentino”. Tengo para mí en ocasiones, ante tanta confusión, que es preferible que no haya mayos.

Los revisionistas –salvo alguno que creyó ver en el 25 de Mayo un 17 de octubre avant garde, y en el gorro frigio al famoso pochito con visera- en principio, pusieron las cosas en su lugar. Al menos los mejores de sus representantes probaron que hubo otro Mayo. Monárquico, hispánico, católico, militar y patricio; enemigo de Napoleón que no de España, fiel a nuestra condición de Reyno de un Imperio Cristiano, en pugna contra britanos y franchutes, filosóficamente escolástico, legítima e ingenuamente leal al Rey cautivo, y germen de una autonomía, que devino forzosamente en independencia, cuando la orfandad española fue total, como total el desquicio de la casa gobernante. Federico Ibarguren y Roberto Marfany, entre otros, se llevan las palmas del esclarecimiento y de la reivindicación de este otro Mayo. Mas nadie ha empardado, en claridad y en rectitud de juicio, al Mayo Revisado de Enrique Díaz Araujo. Sólo ha salido un tomo de los tres anunciados que componen la singular obra, pero es para aguardar ansiosos que la tríada se complete.

Tampoco faltan hechos y personajes para probar la existencia de este Mayo genuino. Están las Memorias de Saavedra, la Autobiografía de Domingo Matheu, la de Manuel Belgrano, las cartas de Chiclana, Viamonte y Tomás Manuel de Anchorena. Está la obrita curiosa de Alberdi, El Gobierno de Sudamérica, y el mensaje magnífico de Rosas a la Legislatura, del 25 de mayo de 1836. Y hasta las fábulas humorísticas de Domingo de Azcuénaga están para nuestro entendimiento de la época.

Leyendo meditadamente este material, es asombroso cómo se intelige el pasado y cómo se disipan las ficciones ideológicas. Lo que surge de estos valiosos testimonios no es el enjambre de conjeturales paraguas populistas, sino la espada de Saavedra “de dulce y pulido acero toledano, y que en su mano parecía una joya”, al buen decir de Hugo Wast. Espada puesta al servicio de la misma causa por la que en España, hacia la misma época, se desenvainaran otras para enfrentar al invasor Bonaparte. Y si surge también el Cabildo de estas veras semblanzas, es porque entonces, el mismo no era aún una figurita didáctica, sino una hidalga institución de raigambre medieval, custodia de los fueros locales y comarcales.

Pero están los documentos que retratan este Mayo porque estuvieron los acontecimientos y los hombres que los protagonizaron. Y esto sería lo más importante por considerar y celebrar hoy, sino fuera que ese “Mayismo” fue derrotado, y prevaleció el otro. No sólo historiográficamente, que ya es grave, sino política y fácticamente, que es lo peor.

Escuchemos a Rosas, en un fragmento de su valioso mensaje precitado: ”No se hizo [la Revolución de Mayo] para rebelarnos contra nuestro soberano, sino para conservarle la posesión de su autoridad. No se hizo para romper los vínculos que nos ligaban a los españoles, sino para fortalecerlos más por el amor y la gratitud. ¡Pero quien lo hubiera creído! Un acto tan heroico de generosidad y patriotismo, no menos que de lealtad y fidelidad a la nación española, fue interpretado en algunos malignamente […] Perseveramos siete años en aquella noble resolución de mantenernos fieles a España, hasta que, cansados de sufrir males sobre males, nos pusimos en manos de la Divina Providencia y confiando en su infinita bondad y justicia tomamos el único partido que nos quedaba para salvarnos: nos declaramos libres e independientes de los Reyes de España y de toda otra dominación extranjera”. Nuestros amigos carlistas, de un lado y del otro del Atlántico, están enojados con el 25 de Mayo. No les falta razones, ni son pocas las verdades que al respecto han recordado. Puede aceptarse incluso lo que enseñan: que nuestra guerra independentista tuvo algo o bastante de una dolorosa guerra civil, en tanto americanos hubo que se sentían inaboliblemente insertos a la Corona, con un gesto de lealtad que los honra. Puede y debe aceptarse, además, que la fábula escolar de “los realistas” malvados y los “patriotas” impolutos es un cuento de mal gusto. El realista Liniers fue un arquetipo de nuestra lucha soberana; el patriota Moreno, la contrafigura del cipayo. Y hasta tienen razón los carlistas cuando comentan que, en ciertas zonas hispanoamericanas, los negros defendieron la Corona y se batieron por su causa, sin importarle su condición. Claro que hablamos –como lo hace Luis Corsi Otálora- de los bravos negros que enarbolaban orgullosos los pendones de la Orden de San Luis- y no de los morochos mercenarios de D’elía. Por eso decía Ramón Doll que “hay negros de todos los colores”.

Pero determinadas cosas vinculadas a nuestro 25 de Mayo, los admirados carlistas parecería que no quieren ver, o ven a medias, y entonces precipitan sus juicios. No quieren ver, por ejemplo,la gravísima crisis moral del Imperio Español, sintetizada en aquella sentencia tan dura cuanto cierta de Richard Heer: “España estaba gobernada por un galán frívolo, una reina lasciva y un rey cornudo”. No quieren ver que, a comienzos de 1810, sólo quedaban las apariencias de España, con “los franceses que salen por un lado y los ingleses que entran por el otro”, según afirmación de Benito Pérez Galdós en “El equipaje del Rey José”. No quieren ver que tanto ultraje, tanto vejamen, tanta depredación y anonadamiento de la Madre Patria, eran males causados por sus mismos reyes felones, por su misma borbonidad traicionera, por la vacancia y la acefalía cobarde de una Corona, que ya no era la de los siglos del Descubrimiento y la Evangelización.

Y no quieren ver –como lo ha sintetizado certeramente Luis Alfredo Andregnette Capurro, replicando a Federico Suárez Verdeguer- que “las Cortes de 1810 y 1812, pletóricas de iluminismo jacobino, y Fernando VII con su avaricia absolutista, precursora del liberalismo, sellaron la destrucción del Imperio Católico. Crimen incalificable, porque la Revolución (en el sentido del verbo latino volver hacia atrás),aspiró a una unión más perfecta con la Metrópoli”. Crimen que se ejecutó con varias puñaladas traperas, como cuando el 24 de septiembre de 1810, las Cortes de Cádiz aprobaron la ley por la cual se dispuso la extinción de Provincias y Reynos diferenciados de España e Indias, en clara señal de abolición de los honrosos Pactos sellados por Carlos V en Barcelona el 14 de septiembre de 1519.

¿De qué lado estaba entonces la traición? ¿De los americanos que se levantaban jurando fidelidad al rey Cautivo, deseando conservar sus tierras, aunque reclamando la necesaria autonomía para no ser arrastrados por la crisis peninsular, o de la casa gobernante española que pactó la rendición ante Napoleón Bonaparte? ¿Quiénes eran los leales, los que se rebelaban aquí, a imitación de los combatientes hispánicos, para comportarse como súbditos corajudos y lúcidos, o aquellos funcionarios, cortesanos y monarcas que se desentendieron vilmente de la suerte de estos Reynos, como lo gritaba Fray Pantaleón García en el Buenos Aires de 1810? ¿Adónde la fidelidad? ¿En las intrigas borbónicas para convertirnos en pato de la boda, como decía Saavedra; o en este surero Buenos Aires levantado en hazañas, primero contra el hereje britano, y contra los alcahuetes de Pepe Botella después, y en ambos casos, levantado siempre con la bandera de España entre los mástiles?

A ver si nos vamos entendiendo.

La historia es historia de lo que fue, no de lo que pudo haber sido, o de lo que nos hubiese gustado que fuera.

Nos hubiese gustado que el Imperio Hispano Católico no se extinguiera; y que nosotros nos constituyéramos en “la última avanzada de ese Imperio”, como cantaba Anzoátegui. Nos hubiese gustado que Mayo no hubiese sido necesario; y seguiremos repitiendo con José Antonio: “si volvieran Isabel y Fernando, ya mismo me declaraba monárquico”; esto es vasallo de aquella Corona por la cual la monarquía se reencontró a sí misma como forma pura y paradigmática de gobierno.

Nos hubieran gustado tantas cosas.

Pero los hechos se dieron de otro modo, seguramente por permisión de la Divina Providencia. Y no renegamos de nuestro Mayo Católico e Hispánico, ni de una autonomía que no era desarraigo, ni separación espiritual, ni ingratitud moral. No renegamos de aquellos patriotas que, portadores de sangre y de estirpe hispanocriolla, tuvieron que batirse al fin, heroicamente, para que esa autonomía fuese respetada.

¿Ves, querido Marcelo, porqué es tan difícil hablar o escribir sobre el 25 de Mayo?

¿Qué festejamos ese día? El Mayo masón desde ya que no. Ese será el del Bicentenario Oficial. Un festejo tan desnaturalizado y horrible como lo fue el de la gloriosa Reconquista y Defensa de 1806-1807. Será el Mayo falsificado y ruin, liberal y marxista, agravado por el magisterio soez de Felipe Pigna –nuevo Taita Magno de la Historia, como lo ridiculizaría Castellani- según el cual, Moreno fue el primer desaparecido y Saavedra el primer represor. Y lo peor es que a esta obscenidad llaman algunos ahora revisionismo histórico.

El Mayo de algunos de nuestros entrañables amigos españoles, tampoco podríamos festejar. Para ellos lo de aquí fue una simple traición a España; y aunque traidores hubo, sin duda, tuvo aquel acontecimiento protagonistas centrales transidos de lealtad y de fidelidad, de arraigo espiritual y encepamiento religioso, de recto y fecundo amor al solar natal, de prudente, gradual y legítimo sentido de emancipación americana.

El Mayo de los revisionistas heterodoxos, que vieron en aquellas jornadas de 1810 un alzamiento de orilleros resentidos y desarrapados rencorosos, tampoco es celebrable. Entre otras cosas, porque no existió. El piqueterismo es cosa de este siglo. Tampoco el Mayo de los católicos liberales, que creyeron calmar sus conciencias encontrando alguna tonsura entre los revolucionarios, aunque enseñaran las peores macanas modernistas.

Si algún Mayo recuerdo con gratitud, emoción y decoro; con absoluta austeridad de manifestaciones festivas, es el que encarna aquel Comandante de Patricios, que afirmando con meridiana claridad que se alzaba contra franceses e ingleses -y contra todos aquellos que aquí o acullá quisieran comprometer el destino de estas tierras franqueándoles las invasiones- puso su condición militar al servicio de Dios y de entrambas Españas.

De él dijo Braulio Anzoátegui: “Saavedra era un militar que jamás andaba sin uniforme, porque comprendía que un militar sin uniforme es una persona peligrosa que de pronto le da por pensar como un político cualquiera, y piensa y es capaz de olvidarlo todo; es como una dueña de casa que olvida lo que vale la docena de huevos. En esto se parecen las malas dueñas de casa a los malos militares: en que no saben cuánto valen los huevos”.

Saavedra lo sabía. Y tenía fama de saber estas cosas fundamentales. Por eso, el Capitán Duarte lo quiso proclamar Rey de América. Pero Moreno lo acusó de borracho y lo desterró de la ciudad. También desterrado acabaría Saavedra.

Curioso destino el de nuestros hombres de armas. Si no saben cuánto valen los huevos los nombran Generales. Si proclaman nuestra soberanía pasan a la historia por borrachos.

Te mando un abrazo fuerte En Cristo y en la Patria.

Antonio Caponnetto 

Tomado de: http://www.caballero-ntra-sra.com.ar

martes, 24 de mayo de 2011

MAYO, HONOR Y FIDELIDAD

El Alzamiento antibonapartista en las Españas de 1808, produjo la reaparición del antiguo espíritu medieval feudalista y municipal que enfrentó al prometeico liberalismo que traían los ejércitos del Corso.

El juntismo español de esos momentos marcó una clave de gloria en el accionar contrarrevolucionario. La misma situación se dio en los Reinos de Indias, donde estaba muy clara la adhesión al Monarca. Fidelidad ya exhibida con altivez en las reuniones de Montevideo y Buenos Aires de agosto de 1806 y febrero de 1807, cuando Liniers fuera proclamado Jefe Militar y luego Virrey. Se daba por entonces el primer fracaso de Gran Bretaña en su intento de destruir el Imperio Hispano Católico transformando sus atomizados restos en dependencias financieras de la masónica City londinense. Honor a la Patria que mostró la “Muy Fiel y Reconquistadora Ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo” en el Cabildo Abierto del 21 de septiembre de 1808 donde expresó su voluntad de formar “una Junta como las de España”.

El suceso histórico de Mayo de 1810 estalla en el espíritu siempre presente en las “Repúblicas Comunales Indianas” y como resultado de la certeza de la pérdida de todo el territorio de la Madre Patria a manos del jacobinismo napoleónida. El acontecimiento daba un fuerte impulso a lo que se ha dado en llamar Revolución Americana. Ésta, como muy bien lo señalara nuestro Profesor de juventud, el Dr. Felipe Ferreiro: “…no fue un proceso anti hispánico sino una variante regional de la revolución española, y aspiraba a una unión más perfecta pugnando por conseguir un reajuste general administrativo y particularmente mayor autonomía, pero siempre dentro de la unidad hispánica…”

Cabe entonces afirmar, aunque para algunos despistados todavía pueda sonar a herejía, que la Revolución de Mayo fue un acto de Lealtad encaminada precisamente a asegurar el voto a la Corona, emitido por el pueblo de Buenos Aires al jurarla canónicamente el 23 de agosto de 1808, no por imposición de las autoridades, sino contra la cobarde demora. Un relato de esa jornada que aparece en el tomo 1º del Archivo Pueyrredón permite aquilatar el sentimiento fernandista de Unidad de Destino que tenía entonces Buenos Aires y que se extendía por las Capitanías y Virreinatos. Unidad de los Reinos tal como aparecía en la Real Cédula de Carlos V, y luego en el espíritu de la Leyes de Indias. Discrepancias sobre la forma mejor de conducir a los pueblos durante la vacancia del Trono desembocaron en una guerra civil en la que los bandos mostraron su sincera lealtad monárquica. Así, José Artigas, vencedor en Las Piedras y hombre de la Junta Grande de Buenos Aires, propuso al Virrey Elío un armisticio: “…para conservar ilesos los dominios de nuestro augusto soberano Fernando VII de la opresión del tirano de Europa…”

Perfecta comprensión del acontecimiento de la Patria Grande lo mostró don Juan Manuel de Rosas en meditado discurso ante el Cuerpo Diplomático el 25 de mayo de 1836. Allí lucen los párrafos que reproducimos: “Qué grande, señores, debe ser para todo argentino este día consagrado por la Nación para festejar el primer acto de soberanía… Y cuán glorioso es para los hijos de Buenos Aires haber sido los primeros en levantar la voz con un orden y dignidad sin ejemplo. No para sublevarnos contra las autoridades legítimamente constituidas. No para rebelarnos contra nuestro soberano, sino para conservarle la posesión de su autoridad, de que había sido despojado por un acto de perfidia. No para romper los vínculos que nos ligaban a los españoles sino para fortalecerlos más por el amor y la gratitud, poniéndonos en actitud de auxiliarlos. Estos, señores, fueron los grandes y plausibles objetos del memorable Cabildo celebrado en esta Ciudad el 22 de mayo de 1810, cuya acta debería grabarse en láminas de oro para honra eterna del gran pueblo porteño. Pero ¡ah! ¡Quién lo hubiera creído! Un acto que ejercido entre otros pueblos con menos dignidad y nobleza mereció los mayores elogios, fue interpretado entre nosotros malignamente como una rebelión disfrazada por los mismos que debieron haber agotado su admiración y gratitud para corresponderlo dignamente, etc…”

Refiriéndose a esta alocución escribió Don Julio Irazusta: “Ella concilia el hecho de la emancipación con el legalismo imperial y monárquico de nuestro primer gobierno autónomo y salva la dignidad nacional de la tacha de perfidia colectiva…” Como bien lo expresa el Maestro, el Restaurador deja muy claro el sentido de la Revolución de Mayo y su rechazo a la versión del siniestro Monteagudo, que difamara a los hombres de Mayo, a quienes señaló como cubiertos por “una máscara inútil y odiosa”. Calumnia que, aunque refutada por el Dr. Vicente Pazos Silva, en aquel momento fue repetida por Mitre en su “Historia de Belgrano”. De ahí tomó categoría de axioma.

El verdadero carácter de la Revolución de Mayo fue de Honor en la Fidelidad y jamás de perfidia culpable de la guerra con la Madre Patria. El enfrentamiento llegó luego del 24 de septiembre de 1810, cuando la masónica Asamblea de Cádiz desdeñó el federalismo natural de Reinos y Provincias, basado en la comunidad de sangre y Fe para instaurar un inmenso Estado centralizado según el modelo de la subversión francesa. Fue el momento en que José de San Martín se incorporó a la lucha de América.

Luis Alfredo Andregnette Capurro

domingo, 15 de mayo de 2011

San Martín: ni masón ni liberal

Es común leer dos afirmaciones referidas al General José de San Martín: que integró la masonería, y que fue liberal. Con motivo de celebrarse, el 25 este mes, el 230º aniversario del nacimiento del prócer máximo de la Argentina, nos parece conveniente enfatizar, categóricamente, que San Martín no tuvo jamás ningún vínculo con la masonería, ni profesó la ideología liberal.

Como las autoridades masónicas efectuaron, en plena Catedral de Buenos Aires (“por primera vez en la historia”), un homenaje a quien denominan “el Más Ilustre Iniciado”, es oportuno recordar que la masonería argentina adoptó una actitud desdeñosa hacia San Martín, hasta 30 años después de su muerte. Cuando llegan a Buenos Aires los restos mortales del Libertador, la masonería no participa en los homenajes, pues no lo consideraba uno de los suyos. La primera ocasión en que se sostiene que el general era masón y no católico, fue el 22-6-1883, con motivo del debate por la enseñanza primaria, por boca del diputado Emilio Civit. A partir de entonces, comenzará la leyenda urdida por la masonería argentina, sosteniendo, también, que la Logia Lautaro era una sociedad masónica, contradiciendo a dos Grandes Maestres: Mitre y Sarmiento, que afirmaron lo contrario.

Consideramos que no se ha destacado suficientemente el aporte extraordinario que realizó Patricio Maguire para terminar, definitivamente, con las dudas sobre este tema[1]. Dicho investigador consultó directamente a las autoridades de las Grandes Logias de Inglaterra, Irlanda y Escocia. Recibió respuesta por escrito de las tres, que coincidieron en que la logia Lautaro nunca estuvo registrada en dichas instituciones, y que San Martín no figura en los archivos como miembro. Maguire recibió las comunicaciones respectivas en 1979 y 1980, publicándolas de inmediato.

Curiosamente, el Dr. Terragno también conoció esa información, en la misma época, por una nota del Bibliotecario y Curador de la Gran Logia Unida de Inglaterra, que afirma poseer, agregando, “que si alguien no figura en esos registros es porque nunca fue miembro de la masonería inglesa”. Lamentablemente, dió a conocer ese valioso dato, 19 años después de haberlo obtenido.

Es preciso difundir estas pruebas documentales de que el Libertador no fue masón, pues no se trata de una cuestión baladí, dado que la religiosidad del prócer ha sido demostrada, y que es incompatible la pertenencia a la masonería con el catolicismo; de lo contrario, como alertaba Aragón hubiera sido “infiel al uno o a la otra”, quedando en duda su honorabilidad.

Ideología liberal

Como también se afirma a menudo que San Martín era liberal, es necesario esclarecer este otro infundio. Según parece, el vocablo liberalismo, fue usado por primera vez en lengua castellana hacia l8l0 y fue adoptado en España por los partidarios de la Constitución de Cádiz, adversos al absolutismo de Fernando VII, sin ninguna manifestación de oposición al cristianismo. Explica el P. Castellani: “Lo que había de bueno en el liberalismo de antaño, de l820 a l860, consistía en una especie de ímpetu juvenil contra un montón de cosas que tenían que morir; a saber, el absolutismo de los reyes, inventado por los reyes protestantes; el despotismo demasiado cerrado de los Gremios y Corporaciones medievales y una decadencia de la Religión, que originó en Inglaterra el deísmo y en Francia el filosofismo. Así que toda la juventud europea a principios del siglo pasado [XIX] se conmovía con ese grito de Libertad, y sabía lo que significaba esa palabra ambigua, que no lo era para ellos; lo que no sabían era lo que estaba detrás. Se sentían apretados, estrechos y cansados y al decir ¡Libertad! decían queremos salir de esto.” Esto, eran las miserias de la Corte borbónica, que Napoleón resumía así: la madre era adúltera, el padre consentido, el hijo traidor.

Incluso el vocablo liberal, según el diccionario de la Real Academia Española, define a quien obra con liberalidad, virtud moral que consiste en distribuir uno generosamente sus bienes sin esperar recompensa. En cambio, el mismo diccionario, define al liberalismo como “sistema político-religioso que proclama la absoluta independencia del Estado, en sus organizaciones y funciones, de todas las religiones positivas”. Estas acotaciones semánticas, sirven para distinguir entre aquella persona que, por distintos motivos, reivindica el nombre de liberal, simplemente, de quien adhiere explícitamente a la ideología liberal, con conocimiento pleno de su contenido.

Nada en la actuación pública de San Martín, ni en su vida privada, permite sostener que profesara la ideología liberal; por el contrario, se expresó negativamente sobre ella, en varias de sus cartas.

La ideología liberal, tal como ha sido definida por sus autores principales - Locke, Montesquieu, Rousseau, Stuart Mill- es incompatible con el cristianismo. Así lo aclara el Papa Pablo VI, en la Octogesima adveniens: “Tampoco apoya el cristiano la ideología liberal, que cree exaltar la libertad individual sustrayéndola a toda limitación, estimulándola con la búsqueda exclusiva del interés y del poder....” (26). Esta posición se mantiene invariable en la Iglesia, desde hace dos siglos. El Papa León XIII (Enc. Libertas, l888) analizó tres grados posibles de liberalismo, y los consideró igualmente condenables. Explica el Prof. Caturelli: “Tanto el liberalismo extremo (ateo), como el liberalismo moderado (deísta), como el liberalismo muy moderado (“cristiano”), admiten una zona (el orden temporal) de autosuficiencia del hombre: el primero porque niega la existencia de un orden trascendente al temporal: el segundo porque lo ignora y el tercero porque lo separa. En el orden práctico, viene a resultar lo mismo.”

Esta aclaración es necesaria, porque algunos autores sostienen que San Martín fue un católico liberal; así lo hace el Dr. Cuccorese, académico sanmartiniano, quien considera que no incurrió en contradicción, pues el liberalismo recién fue condenado por la Enc. Quanta Cura, en l864, l4 años después de la muerte del Libertador. Debemos discrepar, puesto que los Papas comenzaron a cuestionar las ideas liberales, incluso antes de la Revolución Francesa. Por ejemplo, en la Alocución de Pío VI, el 9 de marzo de l789, y en la Carta del mismo Papa, de l79l, a los obispos de la Asamblea Nacional. Pero con respecto al liberalismo católico, recordemos que esta actitud ya se advierte cuando Talleyrand, Obispo de Autun, celebra misa en el campo de Marte, con trescientos sacerdotes adornados con la escarapela tricolor. La primera expresión teórica respectiva, aparece cuarenta años después con Lamennais -sacerdote apóstata- y su periódico L Avenir, que defienden precisamente el liberalismo católico, siendo esta posición condenada por Gregorio XVI, en la Enc. Mirari vos, promulgada en l832, mientras San Martín vivía en París, y l8 años antes de su fallecimiento.

No está demás recordar, que el Papa Pío IX, aquel que conoció a San Martín, afirmó que “los llamados católicos liberales...son más peligrosos y funestos que los enemigos declarados...”. En conclusión, puede afirmarse, con seguridad, que San Martín no fue masón ni liberal.

Mario Meneghini
Febrero 11 de 2008.-

Fuentes:
-Aragón, Raúl Roque. “La Política de San Martín”; Córdoba, Universidad Nacional de Entre Rios, 1982, pág. 19.
-Bruno, P. Cayetano. “La religiosidad del General San Martín”; Buenos Aires, Ediciones Don Bosco, 1978, p32 págs.
-Castellani, Leonardo. “Esencia del liberalismo”; Buenos Aires, Huemul, 1971, pgs. 24/25.
-Caturelli, Alberto. “Examen critico del liberalismo como concepción del mundo”; Gladius, Nº 2, l985, pg. 38 -Cuccorese, Horacio Juan. “San Martín; catolicismo y masonería”; Buenos Aires, Instituto Nacional Sanmartiniano-Fundación Mater Dei; l993, pg. l45
-Episcopado Argentino. “Declaración”; 20-2-1959.
-Revista SIMBOLO net, publicación de la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones, Nº 69, diciembre de 2007, versión digital.
-Revista “Masonería y otras sociedades secretas”; Buenos Aires, Nº 2, noviembre de 1981, págs. 20/25; Nº 3, diciembre de 1981, págs. 15/20; Nº 5, febrero de 1982, págs. 30/35.
-Terragno, Rodolfo. “San Martín & Maitland”; Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1999, pág. 181: Librarian and Curator, United Gran Lodge of England, comunicación personal, 14-11-1980.

Tomado de: http://mario-meneghini.blogspot.com/

martes, 10 de mayo de 2011

HERNANDARIAS: CAUDILLO DE LA PATRIA GRANDE

Nació Hernando en Asunción en el Año de Gracia de 1560, siendo sus padres el Capitán Martín Suárez de Toledo y María Sanabria Calderón. Con estos progenitores corría por la venas del vástago la mejor sangre de España. Martín Suárez de Toledo era descendiente de los Arias de Saavedra con solar conocido en Galicia, de donde salieron para la Reconquista de Andalucía. En la galería de sus mejores hombres se encuentra un Arias de Saavedra, Mariscal de Castilla y Comendador de la Orden Monástico Militar de Santiago, que no había desmerecido sus ancestros que lo vinculaban a través de Leonor Martel con el Emperador Carlomagno. Por el lado materno nuestro héroe descendía de Juan de Sanabria, tercer Adelantado, que intentó llegar al Plata aunque la muerte frustró sus proyectos. Aquella misión fue continuada por su esposa doña Mencia, que con la jefatura de la expedición emprendió el viaje que culminó con la hazaña de hacer a pie, junto a sus hijas, el recorrido entre el Golfo de Santa Catalina y Asunción. De las dos hijas de los Sanabria Calderón nos interesa especialmente María, que casó en primeras nupcias con el Capitán Hernando Trejo naciendo entonces Hernando Trejo, que fue Obispo de Tucumán y luego fundador de la Universidad de Córdoba. Ya viuda, María volvió a casar con Suárez de Toledo, matrimonio cuyo primogénito fue Hernando y que la historia conocerá como Arias de Saavedra, al haber adoptado el nombre de uno de sus abuelos. Desde muy joven participó en un sinnúmero de expediciones fundacionales junto a Juan de Garay que más tarde sería su suegro. Su honradez y valor lo transformaron pronto en joven Caudillo como encarnación de la fe de guerreros y monjes que lo habían precedido. Llegó al gobierno en 1592 por decisión del Cabildo Asunceño. Durante los veinticinco años siguientes ocupó el alto puesto en cuatro oportunidades por designación directa del Virrey del Perú o de Felipe III, Rey de las Españas y Emperador de Indias. De su gestión es necesario destacar su preocupación por la educación y la dignidad del indio. Fue también fundador de colegios para las artes y oficios: en estas escuelas se dio comienzo al nacimiento del arte hispanoamericano en el que se trenzaron lo español y lo indígena. Las Casas de Recogimiento, instituidas por el César Carlos I de España y V de Alemania, en las que se daba asilo a las indias y mestizas hijas de cristianos difuntos fueron especialmente impulsadas por el Caudillo. Escuelas de primeras letras se erigieron para ser realidades concretas por Hernando Arias. Su preocupación por la Justicia lo llevó a dictar ordenanzas las que se confirmaron por un Sínodo que a sus instancias se reunió en Asunción durante 1603. Las disposiciones establecían la prohibición del trabajo a menores de quince años y a los mayores de sesenta. Se estableció el feriado de los días sábados para que los naturales pudiesen preparar sus oraciones del domingo. Combatió el concubinato y promovió las misiones jesuíticas y franciscanas con fines religiosos y militares para frenar la expansión de las depredadoras “Bandeiras” portuguesas. Particularmente importante fue su expedición a la Banda Oriental del Uruguay donde introdujo la ganadería. Puede llamarse desde entonces el primer estanciero uruguayo oriental, poseyendo tierras sobre el Río Negro y el Río Uruguay. Con visión geopolítica proyectó la fundación de Montevideo. Así decía en 1607: “Determinado tengo para la seguridad de esta Banda pasar a la otra Banda con gente y caballos y ponerlos en un puerto que se ha se descubierto y llaman Monte Vidio”. El título de “Protector de los Indios” le fue concedido por Felipe III quien le escribió en carta fechada en el Palacio del Pardo el 5 de mayo de 1612: “…olgado de que hayas aceptado y así continuéis favoreciendo y amparando los Indios mirando por su bien para que no sean vejados ni molestados…” Pero en el batallar por el bien común hay un capítulo que se extendió por años y que fue su lucha contra los mercaderes “portugueses cristianos nuevos”. En esta contienda Hernandarias sufrió persecución y cárcel la que soportó, el integérrimo criollo, con entereza cristiana. Todo comenzó con la apertura del Puerto de Buenos Aires para un cierto número de esclavos. El “asiento” había sido muy debatido por teólogos y juristas ya que como señala Solórzano en su “Política Indiana” estaba prohibido por numerosas “Cédulas Reales”. Concedida la apertura fue seguida de nuevos permisos para mercaderías. Todo degeneró en un alud de contrabandos con la ruina para las industrias locales y fortunas para la oligarquía de “cristianos nuevos portugueses”. La compleja situación escapa a la razonable extensión de este artículo. Pero veamos sus aspectos generales. En primer lugar la división social que mostró de un lado los mercaderes “portugueses” de dudosa sinceridad en su recientemente adoptada fe católica y por otro las familias enraizadas en la tierra, es decir los antiguos hidalgos de solar conocido. Hubo sangrientas querellas y misteriosos asesinatos, como el del Gobernador Negrón. Era la lucha contra el denostado monopolio establecido por las Cortes de Valladolid y las Reales Cédulas de 1565 y 1569 que recomendaban las industrias americanas. Las facciones surgieron con los nombres de los “Beneméritos” que agrupaba a los tradicionalistas y los “Confederados” es decir los asociados para un comercio fuera del control legal. En tal contubernio había funcionarios venales y los “mercaderes” vinculados a grupos de correligionarios en Amsterdam, donde finalmente llegaba la plata saqueada del Potosí. El informe del Procurador de las Provincias del Plata fue veraz y contundente. A él se agregaba el desarrollo fabril de México y Perú considerado como notable. Miles de obrajes consumían enormes cantidades de algodón Cochabamba era un ejemplo. Llegó entonces el contrabando de Buenos Aires y sus efectos fueron letales. Las manufacturas de la Patria Grande del Cono Sur fueron literalmente barridas. Burócratas iscariotes facilitaban las gestiones de los “mercaderes” que realizaban el contrabando ejemplar que consistía en hacer llegar barcos con cargas de esclavos y mercadería, denunciándolos para comprarlos a precio vil y revenderlos con ganancias usurarias. Los magnates estaban encabezados por el primer banquero del Plata que adoptó como nombre Diego de Vega o Veiga. De esta personalidad nos habla en un interesante trabajo titulado “Judíos Conversos” Mario Javier Saban nacido en la Argentina y conspicuo integrante del “Centro de Difusión de la Cultura Sefaradí”. En el capítulo XII, señala al acaudalado don Diego como “punto inicial para el estudio sobre las finanzas de la época”. “Llegó a ser unos de los promotores del Partido Confederado de claro corte portugués judaizante y en el momento lo encabezó como su jefe. Se enfrentó a los Beneméritos o Cristianos Viejos que deseaban aplicar las Ordenanzas Reales…” Y comenzó la persecución de los Beneméritos. El Caudillo fue arrojado en un calabozo inmundo. Se burlaron las normas más elementales, incluso la que ordenaba respetar al Gobernador del Guayrá (nueva jurisdicción de Hernandarias). El Justo fue escarnecido, difamado, embargado y “negado tres veces”. Pero Hernandarias sabía que sin Viernes Santo no hay Resurrección. Y llegó la Pascua a través del la Real Audiencia de Charcas la que sentenció el 9 de julio de 1624: “Buen Juez entero y limpio proceder en la Administración de Justicia y Observancia de las Cédulas de Su Majestad”. El Honor del Caudillo Hidalgo estaba vindicado. Descansó en la Paz del Señor el 22 de diciembre de 1631. 

Luis Alfredo Andregnette Capurro 

Tomado de: http://elblogdecabildo.blogspot.com/

jueves, 5 de mayo de 2011

Homenaje al maestro Julio Irazusta

1982 -5 de mayo- 2011

Desde lejos, a destiempo, vengo a despedirte maestro querido, “hermano de la luz del alba”.
Con la tinta ensombrecida por el dolor irrestañable, pero también, con la alegre tinta del dolor triunfante.
El Señor de la Historia te brindó una merecida, rilkeana, muerte propia, a ti, el amante no correspondido de la Argentina (…)
Has muerto saludado por las salvas de los fuegos antiaéreos y de los misiles, levantados hasta el cielo por los atletas de la juventud heroica que a esa hora morían en Malvinas, en el campo de la batalla atlantica (…)

Dios te dotó, de modo impar, del eje diamantino del patriotismo, invulnerable al desaliento, inaccesible al pesimismo.
Por que disponías de una fe absoluta, sin beneficio de inventario, en el destino de la grandeza patria. Por que en ti alentaba, como en nadie, la esperanza contra toda esperanza, aunada con la caridad generosa para con los connacionales extraviados en las penumbras del ciclo agonizante (…)

Se que tus facetas eran múltiples: filósofo político, historiador revisionista, crítico literario, militante nacionalista, ensayista de temas universales.
Que tenías una inteligencia profunda, laboriosamente cultivada al estilo clásico, del humanista sereno que con lucidez develaba la realidad escondida a los profanos. Que contabas con una voluntad acerada, entusiasta, coherentemente asociada a tu mentalidad –espejo esplendido de tu celebre idea de la “Voluntad Esclarecida”, colocada sin desmayos al servicio del Bien Común. Que aliabas tu pensamiento y tu volición al sentimiento hondo, entrañable, de la amistad dispensada con nobleza, al exquisito sentido del honor y al gesto señorial, que de casta te venía.
Que todos esos meritos reunidos arrojaban el saldo lógico del hombre ejemplar, del maestro singular, de quien renunció por anticipado a los honores fáciles de la vida vana, para quedarse a la intemperie de los fastos oficiales y así mejor velar por su amada patria.

Enrique Diaz Araujo


Lejana despedida, en Homenaje a Julio Irazusta, Mendoza 1984
Publicada en Cabildo. Tercera época, Nº 64.