sábado, 12 de agosto de 2017

¿Fue el general Don José de San Martín masón?

POR EL R.P. ANIBAL ROTTJER

La propaganda masónico-liberal-laicista, que en revistas y periódicos de las sectas en la Argentina presenta ahora a San Martín como al “Gran Iniciado” de las masonerías nacional e internacional, es una de las tantas felonías y burdas calumnias, a las que están acostumbrados los “enmandilados hermanos tripuntes” y a la que hacen coro los falsarios difamadores del fundador de nuestra nacionalidad, con el premeditado propósito de atraer – a los partidos liberales y laicistas – a los ciudadanos sanmartinianos ; despojando al Padre de la Patria de la aureola de auténtica religiosidad que lo muestra a las jóvenes generaciones como el modelo de argentino católico, apostólico, romano y devoto de la Virgen María.

O fue San Martín el mayor hipócrita de nuestros próceres y el más grande farsante de la historia o fue el paradigma de la argentinidad, que se nutre, en su íntima esencia, del catolicismo más leal y ferviente.

La masonería argentina encomendó al político español en el exilio, Augusto Barcia Trelles, grado 33, la tarea de escribir la historia de San Martín para demostrar que el Libertador fue masón e instrumento de la masonería internacional. Barcia Trelles fue Gran Maestre de la masonería y Soberano Gran Comendador del Supremo Consejo (Apéndice Iº del Espasa, pág. 1321).

En los varios volúmenes de su obra el autor afirma categóricamente que se cumplen tales circunstancias en la vida del prócer máximo de la argentinidad; pero, al llegar a las pruebas de sus aseveraciones, se despacha – muy suelto de cuerpo – diciendo que no se han podido encontrar los documentos respectivos – no solamente en la Argentina, Chile, Perú, Inglaterra y España; sino ni siquiera en Francia y Bélgica, donde seguramente estarían – y esto, porque los archivos de las logias han sido destruidos por los nazis durante la ocupación (?), Y concluye así: “Todas las gestiones por nosotros realizadas hasta hoy, han sido estériles e ineficaces”.

El masón Antonio Zúñiga, director de la biblioteca de la masonería argentina, escribía ingenuamente en su libro sobre la logia Lautaro y la independencia argentina: “San Martín quemó en Boulogne Sur Mer toda su documentación masónica para guardar herméticamente el secreto institucional”, ¿Cómo lo supo? El autor no lo dice [1] .

1. Hábil en la doctrina cristiana

Juan de San Martín y Gómez, invocando a la Iglesia Católica Romana, contrae matrimonio con Gregoria Matorras y del Ser, con el objeto de “servir mejor a Dios Nuestro Señor”. Bendice las bodas, en la Catedral de Buenos Aires, el obispo Manuel Antonio de la Torre, y los esposos forman el nuevo hogar el 12 de octubre de 1770, fiesta de la Virgen del Pilar. El padre, ejemplar caballero por su probidad y honradez, fue sepultado en 1796 en la iglesia castrense de Málaga; y la madre, en 1813, en el convento de Santo Domingo de Orense, “después de confesarse y recibir el santo viático y la extremaunción”. Leemos en el testamento de la virtuosísima y santa madre de San Martín : “En el nombre de Dios Todopoderoso y de la Serenísima Reina de los Ángeles, María Santísima, Madre de Dios y Señora Nuestra… protesto vivir y morir como verdadera fiel, y católica cristiana… el cuerpo quiero sea amortajado con el hábito de mi padre Santo Domingo…”

“La pureza de las ideas católicas de los padres del Libertador – eran ambos terciarios dominicos y cofrades de Nuestra Señora de la Blanca – nos convencen de su tradición auténticamente cristiana”.

San Martín nace a la vida de la gracia en febrero de 1778, y se alista en la Iglesia Católica en el templo parroquial de Nuestra Señora de los Reyes de Yapeyú.

Fue bautizado por el padre Francisco Pera, a los pocos días de nacer, como lo habían sido sus hermanos, y María Elena, su hermana mayor.

Vivió con sus padres en la antigua casa de los jesuitas y se instruyó en la religión en su cristiano hogar y en la escuela de primeras letras de Buenos Aires.

El historiador chileno Vicuña Mackenna refiere que San Martín solía recordar con especial deleite sus juegos infantiles, en que, junto con sus hermanos, solía decir misa revestido con casulla de papel.

“Doña Gregoria Matorras crió a sus hijos en el santo temor y amor de Dios y les inculcó su fe, virtudes y espíritu de sacrificio”. En los cuatro años que frecuentó las aulas del Colegio Imperial de Madrid – “el mejor de la Península” – donde toda la enseñanza se ajustaba “a la conciencia, religión y fe católica” honró el lema del Instituto, que era “formar caballeros cristianos”; ostentando, en el uniforme de colegial, la banda roja, terciada sobre el pecho, donde campeaba la imagen de Cristo.

Durante su carrera militar en Europa, “nada sabemos concerniente a sus ideas y prácticas religiosas” ; pero, es muy significativo el relato de Doublet, el cual refiere que en el motín de Cádiz de 1808, cuando San Martín era edecán del general Solano – linchado en tal ocasión – buscó asilo en una ermita de la Virgen, y el populacho enfurecido le perdona la vida, por haber acogido al patrocinio de la Madre de Dios. Un sacerdote pide clemencia a la turba exasperada, y el joven militar se salva milagrosamente. Al resultar herido en la batalla de Bailén contra Napoleón, el 19 de julio de 1808, la hermana de caridad que le prodigó los primeros auxilios le obsequió un rosario. “San Martín – según el testimonio del coronel Manuel de Olazábal – lo usó siempre y se lo vi suspendido del cuello debajo de la casaca a manera de escapulario. El día 15 de mayo de 1820 me presenté a la revista de Rancagua, a pesar de hallarme todavía enfermo a consecuencia de heridas recibidas en combate. El general me recibió y me entregó su rosario para que me diera buena suerte”.

Esta reliquia religiosa de alto valor histórico se halla depositada junto al sable del Héroe de los Andes, desde el 4 de julio de 1972, en la sala histórica del Regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín.

El 12 de setiembre de 1812, a los 34 años de edad, San Martín – “hábil en la doctrina cristiana” – contrae nupcias en la Iglesia de la Merced de Buenos Aires con la ejemplar dama porteña María de los Remedios Escalada. Bendijo las bodas el presbítero doctor Luis José Chorroarín ; y el 19 del mismo mes, ambos contrayentes comulgaron durante la misa de velaciones. “No era muy común entonces el comulgar en días de bodas”, dice Furlong; pero San Martín, como buen católico oye misa, confiesa y comulga al construir su cristiano hogar.

2. Su corazón religioso y compasivo

Después del combate de San Lorenzo, encarga al guardián del convento la celebración de varias misas, para rezarse, durante el mes de febrero de 1813, por los caídos en la refriega; y otras, con tedéum, en acción de gracias por la victoria Coloca cruces sobre las tumbas de los muertos – como lo hará también en Chacabuco – y acepta con satisfacción cristiana y agradece afectuosamente los servicios espirituales, que el presbítero Julián Navarro y los treinta franciscanos prestaron heroicamente a la tropa.

En carta del 5 de febrero de 1813, el padre guardián Pedro García habla del “religioso y compasivo corazón” de San Martín, quien les consigue cuanto piden, apuntando en su declaración al gobierno : “es notoria la decidida adhesión de aquella Comunidad a la sagrada causa de América, de que he sido testigo”. Luego cumplimenta a los frailes en una carta desbordante de afecto hacia los ministros de Dios : “Los beneficios del convento de San Carlos están demasiado grabados en mi corazón para que ni el tiempo ni la distancia puedan borrarlos… Diga Vd. un mi11ón de cosas a esos virtuosos religiosos ; asegúreles usted los amo con todo mi corazón; que mi reconocimiento será tan eterno como mi existencia. Besa su mano, José de San Martín. Buenos Aires, 16 de mayo de 1813”.

Y el 26 de julio, Azcuénaga les comunica que la Soberana Asamblea “ha tenido a bien concederles titulo de ciudadanía”.

3. La Virgen María, objeto de su devoción

Desde 1813, San Martín llevó siempre consigo el relicario de la Virgen de Luján, obsequio de su esposa, “que morirá como una santa” ; y desde 1823 guardó religiosamente sobre su pecho la preciosa reliquia, según testimonio del nieto del general Olazábal, quien la entregó al museo de la histórica villa.

En 1818, después de la campaña de Chile y antes de libertar al Perú, San Martín se dirige a Buenos Aires y aprovecha el viaje para postrarse ante la Imagen de la Virgen de Luján, dándole gracias y pidiéndole su bendición. Y en 1823, en su último viaje de Mendoza a Buenos Aires, al pasar por Luján, fue nuevamente a los pies de la Virgen para agradecerle el feliz éxito de sus campañas, consolarse de la muerte prematura de su fiel esposa e implorar su auxilio en la adversidad y en el ostracismo, lejos de la Patria que había fundado.

El piadosísimo general Belgrano le escribe desde Loreto (provincia de Santiago del Estero), ofreciéndole en su enfermedad la amistad y los cuidados pastorales del cura de Santiago, presbítero doctor Pedro Francisco Uriarte, que lo saludará y lo atenderá en su nombre, durante su permanencia en la ciudad.

Luego, el 6 de abril de 1814, le dice : “Mi amigo : La guerra no só1o la ha de hacer Vd. con las armas sino con la opinión, afianzándose siempre en las virtudes naturales, cristianas y religiosas… El ejército se compone de hombres educados en la religión católica que profesamos .. Añadiré únicamente que no deje de implorar a Nuestra Señora de las Mercedes, nombrándola siempre nuestra Generala, y no olvide los escapularios a la tropa… Acuérdese Vd. que es un general cristiano, apostólico, romano ; cele Vd. de que en nada, ni aún en las conversaciones más triviales, se falte el respeto a cuanto diga a nuestra Santa Religión…”

El 8 de mayo de 1814 se hacen públicas rogativas en Córdoba por la salud de San Martín, que vivió retirado en la hacienda de Pérez Bulnes en Saldán, desde mayo hasta agosto de ese año. Allí existía un oratorio público dedicado a Nuestra Señora del Carmen y era el lugar de reunión de los vecinos, los cuales escuchaban la misa dominical con el ilustre enfermo. El 16 de julio, fiesta de la Virgen del Carmen, en ese preciso lugar, pactaron “amistad y alianza eternas”, los dos íntimos amigos : San Martín y Pueyrredón.

Por mucho tiempo llevó San Martín entre sus maletas y útiles, durante sus campañas, un cuadro de la Virgen del Carmen, de 38 por 31 pintado al óleo sobre tela, que luego obsequió a su fiel amigo el general Las Heras. Esta imagen se halla hoy en Córdoba, en el museo particular del ingeniero Castellano.

Existe también en el museo sanmartiniano de Mendoza una estatua de la Virgen del Carmen, que el general veneraba en su dormitorio.

Participación activa en los actos del culto católico. Medidas de gobierno

Durante los años 1815 y 1816 en el campamento del Ejército Libertador “se decía misa los domingos y días de fiesta y se observaba el descanso dominical. En el centro de la plaza se armaba una gran tienda de campaña, allí se colocaba el altar portátil y decía misa el capellán castrense o alguno, de los capellanes… Los cuerpos formaban frente al altar… presidiendo el acto el general, acompañado del resto del estado mayor. Concluida la misa, el capellán dirigía a la tropa una plática de treinta minutos”. Diariamente “se rezaba el rosario por compañías, así lo hacía también el devoto general Belgrano en sus triunfos de Tucumán y Salta y en Vilcapugio y Ayohuma durante la retirada ; pues “aún flamea en nuestras manos la bandera de la Patria”, decía a sus soldados, y en medio de la derrota “hay un Dios que nos protege”.

“En todos los aniversarios patrios, en todas las grandes efemérides eclesiásticas, antes y después de cada acción de guerra, el Ejército de los Andes, con San Martín al frente”, participaba activamente en los solemnes cultos religiosos que se oficiaban.

Al predicarse en Mendoza una misión decretó, con fecha 31 de mayo de 1815, que todas las tiendas y pulperías permanecieran cerradas desde el atardecer (hora de la oración) ; a fin de que la población pudiera asistir cómodamente a los sermones y prácticas piadosas.

En la Semana Santa de ese año, puso en la orden del día del jueves, que “todos los jefes y oficiales debían concurrir a la casa de San Martín para andar las estaciones”, o sea, visitar los Monumentos.

Aún se conserva la imagen de la Virgen que se veneraba en el oratorio de la casa de la familia Segura, cerca de El Plumerillo. “Allí realizó sus consoladores ejercicios religiosos y oyó sus misas dominicales (antes de la instalación de los cuarteles) el Libertador de Chile y el Perú, general don José de San Martín ; y en recuerdo de aquellos días de fervorosa actividad, obsequió a la capilla un Cristo, adquirido en la capital peruana”, Por la tarde, solo o acompañado de O’Higgins, recorría los cuarteles y, al pasar delante de la capilla, muchas veces se apeaba del caballo y entraba en la humilde iglesita para adorar a Jesús Sacramentado.

El 9 de noviembre de 1815 manifiesta al secretario de Guerra – “con el convencimiento de un creyente sincero” – la necesidad de proveer de un vicario castrense al ejército, a fin de que estuviera mejor atendido “en sus ocurrencias espirituales y religiosas” ; y propone al presbítero doctor José Güiraldes. Interesóse porque la tropa tuviera comodidad de frecuentar los Santos Sacramentos, y escaseando los sacerdotes capellanes, pide a Luzuriaga, el 28 de octubre de 1816, que no sólo se atienda a esa necesidad, sino también a la capellanía del hospital, con los confesores religiosos de la ciudad, “de suerte que en la casa nunca falte un capellán confesor, que asista a toda hora a las urgencias espirituales de los enfermos”.

Relevado del gobierno de Cuyo, en setiembre de 1816, redacta el “Código de Deberes Militares y Penas para sus infractores” ; y siguiendo el ejemplo de Belgrano, suprime del Código Militar Español lo referente al duelo, como contrario a los principios católicos; a pesar de la resistencia de algunos oficiales. Dice Hudson que “San Martín expidió una orden del día prohibiendo el duelo bajo severas penas y no volvieron a aparecer en el Ejército de los Andes esos tan punibles hechos”. El primer artículo del Código Militar de San Martín reza así : “Todo el que blasfemare el Santo Nombre de Dios o de su adorable Madre e insultare la Religión, por primera vez sufrirá cuatro horas de mordaza atado a un palo en público por el término de ocho días; y por segunda vez, será atravesada su lengua con un hierro ardiente y arrojado del Cuerpo”. Para el Gran Capitán el respeto a la Religión y el culto de Dios y de la Santísima Virgen tuvieron siempre un lugar de preferencia.

“Las penas aquí establecidas – dice el último artículo del Código – serán aplicadas irremisiblemente. Sea honrado el que no quiera sufrirlas. La Patria no es abrigadora de crímenes. Cuartel General en Mendoza, setiembre de 1816. (Fdo.) José de San Martín”.

4. Fervorosa adhesión a la jerarquía eclesiástica

Los sacerdotes y religiosos apoyaron a San Martín en su obra de gobierno y en la preparación de la magna empresa, porque lo conocían católico sincero y padre de la Patria. En el Cabildo Abierto del 15 de febrero de 1815, el cura de Mendoza, Domingo García, y los superiores de las comunidades religiosas, deciden el voto de resistencia al decreto de Alvear que retiraba a San Martín del gobierno de Cuyo. A este voto se adhieren los curas y frailes puntanos y sanjuaninos. Los priores, guardianes y presidentes de los dominicos, agustinos, franciscanos, mercedarios y betlemitas: Rocco y Salinas, del Castillo, Sayós, Vera, Flores Hurtado, Alvarado, Ortega, Maure, Olmos, Moreira, Rodríguez, Guiñazú, Romero, Centeno, etc…, cederán, para cuarteles, sus conventos en San Juan y Mendoza, sus rentas, sus esclavos, sus campos de pastoreo y sus campanas para proveer al Ejército de los Andes. Los curas y frailes puntanos, sanjuaninos, mendocinos y chilenos como fray Luis Beltrán, fray Justo Santa María de Oro, Morales, Lamas, Coria, Inalicán, Sarmiento, San Alberto, etc…., serán los eficaces auxiliares del Gran Capitán en la obra patriótica que tiene entre manos y mientras dure la campaña libertadora. En Cádiz trabó amistad con varios sacerdotes logistas, como Fretes, Anchoris y Arizpe, que lo decide a ingresar en la Logia y abandonar las filas del ejército español ; en Perú, con los presbíteros Requena, Arce, Paredes, Echagüe, Tramania ; y en Buenos Aires, con los diputados de la Asamblea del año XIII y los “hermanos” de la Logia Lautaro : presbíteros Chorroarín, Sáenz, Grela, Gómez, Gallo, Pedro y Mateo Vidal, Argerich, Sarmiento, Perdriel, Amenábar, Fonseca, Cayetano Rodríguez, Pacheco de Melo, Thams, Díez de Rámila, Larrañaga, Salcedo, Toro, Medina, Rivarola, etcétera…

Los nombres y las patrióticas benemerencias de más de un centenar de estos sacerdotes, amigos íntimos de San Martín, se hallan consignados en el artículo publicado en el diario “El Pueblo” de Buenos Aires de los días 13 y 20 de agosto de 1950 con el titulo de “Sotanas y Sayales Sanmartinianos”, y en el libro “Fi1ón de Patria” de la editorial Santa Catalina.

“Es indudable que siempre contó entre sus mejores amigos a los eclesiásticos y miembros de las órdenes religiosas”.

San Martín quiso tener siempre a su lado al capellán ecónomo y secretario privado, doctor fray Juan Antonio Bauzá, que vivía con él, llevaba cuenta minuciosa de sus gastos y era su confidente y buen samaritano en sus frecuentes enfermedades. Su correspondencia epistolar con el Héroe de los Andes, posterior a su campaña libertadora, nos revela a San Martín “como un excelente católico”. En las “Cuentas y Gastos” del Gran Capitán apunta el estipendio con que el “piadoso y cristiano general” gratificó al padre Sayós por el sermón que le mandó predicar en acción de gracias por el triunfo de Chacabuco; lo abonado por la invitación a la fiesta de Nuestra Señora del Carmen y el costo del cuadro del apóstol San Matías; y la limosna a la abadesa de las monjas capuchinas, las cuales después de Maipú, dedicaron una inspirada poesía a San Martín, elogiando su brillante actuación y su acendrada fe religiosa.

Al regresar enfermo a Chile a fines de 1822, nadie podía entrar en su habitación “sino el Director Supremo y el padre Bauzá, que se quedaba todo el día” junto a su lecho.

Mientras permaneció en San Juan, durante los meses de julio y setiembre de 1815 y octubre de 1818, prefería alojarse en el Convento de Santo Domingo, tratar, en la tranquilidad del claustro, los asuntos del Estado, recibiendo allí a los funcionarios y al pueblo; y sentarse a la frugal mesa de los religiosos, departiendo amigablemente con ellos y con su diputado, fray Justo Santa María de Oro, en la “celda de San Martín” que se conserva todavía como reliquia nacional.

Al ser nombrado gobernador de Cuyo, envía su primera carta al cura vicario de Mendoza, presbítero Domingo García y Lemos, reconociendo en el prelado patriota a la autoridad espiritual de su provincia: “…mi marcha (a ésa) – le dice – será mañana, para que no se retarden los deseos que me acompañan de dedicarme al servicio de la Patria y de vuestra merced a quien me ofrezco cordialmente… Córdoba, 25 de agosto de 1814”.

San Martín, obsequioso con la Santa Sede, presentará personalmente, “haciendo exhibición de mucha cortesía”, su filial homenaje a monseñor Juan Muzi, los días 6 y 7 de enero de 1824, durante la semana que el delegado apostólico de Pío VII y León XII permaneció en Buenos Aires ; y se unirá al regocijo del auténtico pueblo argentino, a pesar de la indiferencia y sistemática oposición del gobernador y su ministro, en época de las reformas rivadavianas. La crónica del presbítero Sallusti, secretario de la legación, a quien acompañaba el canónigo Juan Mastai Ferretti – más tarde Pío IX -, dice: “El célebre general San Martín, que había conquistado todas aquellas provincias, Chile y gran parte del Perú, del dominio de España, depuesta la grandeza de su gloria, dos veces se presentó a Monseñor en traje privado, para saludarlo y felicitarlo por su llegada”. El día 9 de enero monseñor Muzi le devolverá la visita.

A estos rasgos de buen católico, respetuoso de la jerarquía eclesiástica, añadiremos sus delicadezas con los jerarcas de la Iglesia peruana.

En Ancón recibe al obispo de Trujillo, monseñor doctor Juan Carrión “con todo el respeto debido a su alta posición y a sus venerables canas : dejándole en libertad para que se marchara a Lima”.

En 1822 dirige una carta al obispo de Cuzco, monseñor doctor Calixto Orihuela, que termina así: “…Crea Vuestra Señoría Ilustrísima que desearé ocasiones en poderle acreditar mi veneración, respetos y deseos de complacerlo. Nuestro Señor guarde a V. S. Ilma. muchos años. Besa la mano de V. S. Ilma. su más afectísimo servidor, José de San Martín”.

Igual comportamiento tendrá con el arzobispo de Lima, monseñor Bartolomé de Las Heras, quien afirma que el general victorioso, “dejándose llevar de su bondad y religiosidad”, habla convenido con él, que acordaría en su dictamen en los asuntos eclesiásticos concernientes a Religión, a fin de no disponer cosa alguna que contrariase los cánones de la Iglesia, El 6 de julio de 1821 le escribía desde El Callao: “La noticia que he recibido de que V. E. Ilma. permanece en esa capital, sin embargo de haberla evacuado las tropas españolas, ha consolado a mi corazón con la idea de que su respetable persona será un escudo santo contra las tentativas de la licencia… Me congratulo que V. E. Ilma; haya tenido lugar de observar la especial protección que he tributado a Nuestra Santa Religión, a los templos y a sus ministros…” Monseñor Las Heras agradece a San Martín su carta en estos términos : “Los sentimientos de religión y humanidad que respira el oficio que acabo de recibir de V. E., ha desahogado sobremanera a mi espíritu…” El ministro de San Martín, García del Río, escribía, al arzobispo, refiriéndose al Protector del Perú : “Además debo manifestar a Su Señoría los sentimientos religiosos que abriga su pecho, y que no desmentirá jamás…”

Y San Martín imparte órdenes para que se facilite la salida del octogenario prelado, “evitando toda incomodidad”; y el arzobispo al agradecerle escribe : “Le doy gracias por la consideración que ha manifestado hacia mi persona… He sentido no poder dar a Ud. un abrazo (al despedirme)… Quiero pedir a Ud. un favor en señal de nuestra recíproca amistad, y es que acepte una carro, un coche, un dosel de terciopelo y dos sillas, que pueden servirle para los días de etiqueta, y una imagen de la Virgen de Belén… Créame, amigo, que lo encomiendo a Dios diariamente”.

5. Preocupación por la educación católica en las escuelas

La educación de Cuyo tuvo en el colegio de la Santísima Trinidad, fundado por San Martín, el más alto exponente de la cultura de la zona andina. Donado el colegio por el presbítero Cabral y regenteado por los presbíteros Güiraldes y Videla, fue puesto bajo la especial tutela de San Luis Gonzaga.

San Martín estableció que se enseñaran, además de las ciencias profanas, “los deberes del católico”, como fundamento de toda cultura; y ordenó edificar la anexa capilla para las prácticas religiosas. Con idénticos fines y bajo los auspicios del general, dirigían escuelas, en Mendoza y San Juan, sus amigos y colaboradores, presbíteros Morales, Lamas y Gómez. El historiador Hudson, alumno de estas escuelas, afirma: “Leer, escribir y contar, saber las obligaciones del católico y guardarlas estrictamente; he aquí la instrucción dada a la juventud de entonces” bajo el gobierno del general San Martín.

El vicario castrense, presbitero doctor José Güiraldes, bautiza a la hija del general, el 31 de agosto de 1816, a los siete días de nacer; y el Gran Capitán pone a su “infanta mendocina”, bajo la augusta protección de la Virgen de las Mercedes. Más tarde la educará en un colegio de religiosas, donde la visitará semanalmente, En 1853, cuando Mercedes de San Martín, visita con su esposo, Mariano Balcarce, al papa Pío IX, en audiencia privada, el Padre Santo tendrá recuerdos elogiosos para el Héroe de los Andes, y Balcarce escribirá luego a Félix Frías, el 10 de febrero de ese año : “Hemos quedado encantados con la bondad, dignidad y angelical dulzura del Padre Santo, de cuya benéfica acogida conservaremos un recuerdo indeleble mientras vivamos”.


En la noche de Navidad de 1816, San Martín manifestó su deseo de que la bandera, que habría de llevar la libertad a Chile, fuera “del color del cielo”, y era su voluntad que el día de Reyes el Ejército tuviera bandera, como regalo de su general. En sus pliegues fue bordado el escudo nacional “con sedas de colores e hilos de oro, que se sacaron de una casulla de los franciscanos” ; y al concluir su labor, las damas, presididas por la esposa de San Martín, amanecen arrodilladas ante el crucifijo del oratorio de la casa del General, dando gracias a Dios por haberlas ayudado a terminar la bandera y orando por el triunfo de las armas de la patria.

... CONTINUA

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